El Vaticano acusa a la globalización y al turismo de contribuir a la difusión de ciertos "males de la humanidad", como el Sida y la explotación de mujeres y niños.
El Vaticano acusa a la globalización y al turismo de contribuir a la difusión de ciertos "males de la humanidad", como el Sida y la explotación de mujeres y niños. En un largo documento consagrado al turismo, el Consejo pontificio para los emigrantes analiza la relación entre la globalización de la economía y el turismo "que podría ser presentado como el rostro encantador de la primera, por su apertura a las diferentes culturas y su capacidad de alentar el diálogo y la coexistencia". "Una cierta globalización es la responsable de consecuencias graves para los países y la humanidad. La brecha entre países ricos y países pobres se ha profundizado, una nueva forma de esclavitud y de dependencia de los países más pobre se ha introducido y una supremacía del orden económico que amenaza la dignidad humana ha quedado instaurada", constata el documento. "Los fenómenos más execrables se agravan en ciertos lugares acompañados por el turismo", asegura el Vaticano. Entre esos fenómenos, el documento enumera "la explotación de personas, sobre todo mujeres y niños, en el sector del trabajo y en el aspecto sexual; la difusión de patologías que amenazan gravemente la salud de sectores muy amplios de la población mundial; el tráfico y el consumo de drogas; la destrucción física de la identidad cultural y de recursos vitales". "Uno no podría culpar a la globalización por todo esos males de la humanidad, ni considerar al turismo como el único responsable, pero no hay que ignorar que los dos pueden favorecerlos", afirma el Vaticano, a la vez que hace votos por que el turismo se transforme en promotor de una "globalización de la solidaridad". El documento invita, además, a los responsables a "armonizar" la actividad turística con las economías locales, sobre todo en los países más pobres, evitando "la grave injusticia" de proporcionar a los clubes de vacaciones servicios que los autóctonos no pueden tener. Los turistas, por su parte, son advertidos del "peligro" de que el reposo se convierta en un "dolce far niente" (no hacer nada).
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