La turistificación y la turismofobia regresan como fantasmas del pasado
Para los lectores de HOSTELTUR, hoy publicamos en exclusiva y traducido al español el capítulo 7 del libro "Turisme i turistes. De l'hospitalitat a l'hostilitat"
Publicada 22/05/22- Los turistas vuelven a viajar en masa por Europa tras un parón de dos años provocado por la pandemia
- Se reactivan los discursos que magnifican los aspectos negativos del turismo y desprecian los positivos
- Publicamos el capítulo "El Síndrome de Venecia", con el que esperamos contribuir a un debate más constructivo
Los turistas vuelven a viajar en masa por Europa tras un parón de dos años provocado por la pandemia. Pero la recuperación de los viajes también está reactivando ciertos discursos que magnifican los aspectos negativos del turismo, al mismo tiempo que desprecian los impactos positivos. La turistificación y la turismofobia regresan como fantasmas del pasado. Para los lectores de HOSTELTUR, hoy publicamos en exclusiva y traducido al español un capítulo del libro Turisme i turistes. De l'hospitalitat a l'hostilitat (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2019) del que soy autor. Se trata del capítulo 7, titulado "El Síndrome de Venecia", con el que esperamos contribuir a un debate más constructivo.
El síndrome de Venecia
"Demasiado turistas". Esta expresión se ha convertido en un tópico frecuente en tertulias de televisión, charlas de bar y conversaciones de amigos.
Hasta hace poco, pensábamos que el turismo de masas era lo que salía en los telediarios del verano, con aquellas playas tan apretadas de gente en agosto, que ni siquiera se veía la arena o el agua.
En pocos años, sin embargo, hemos empezado a ver a miles de turistas y excursionistas paseando cada día por lugares donde antes no se veían, como por ejemplo el centro de Barcelona.
Observen que he empleado dos palabras: “turistas” y “excursionistas”. Parecen lo mismo pero no lo son.
De hecho, algunas de las cosas que hoy en día están ocurriendo en distintas ciudades europeas se comprenden mejor si tenemos en cuenta esta diferencia. Y este es un matiz importante, porque afecta al gasto y la forma en que se consume un destino.
Según la definición de la Organización Mundial del Turismo, un turista es un viajero que al menos pernocta una noche en el destino. Por el contrario, un excursionista limita su visita a unas horas del día.
Venecia, por ejemplo, recibe aproximadamente 4,6 millones de turistas al año. Sin embargo, resulta que por la ciudad pasan en total 23 millones de visitantes, según las estimaciones realizadas por el Centro Internacional de Estudios sobre la Economía Turística de Venecia.
Es decir, Venecia recibe cada año 18,4 millones de excursionistas. ¿De dónde salen?
Damiano de Marchi, investigador turístico de dicho observatorio turístico, nos habla de la "complejidad" de Venecia como destino.
Por un lado, según explica este experto, están los millones de visitantes que se alojan en hoteles situados fuera de la ciudad de los canales, en un radio de hasta 45 minutos, que llegan por la mañana y se marchan por la noche, repitiendo esta operación de entrada y salida durante tres o cuatro días.
Otros grupos de visitantes, en cambio, sólo dispondrán de un día para visitar Venecia. En realidad, menos de un día: quizá seis horas. Son los grupos de turistas, sobre todo de los países asiáticos, que están recorriendo Europa en un viaje exprés de una semana y media.
“Por ejemplo, hay agencias de viajes chinas que llevan a sus clientes a Venecia, les dan un paseo de un par de horas, los llevan a comer a su restaurante y después a dormir en un hotel a 25 kilómetros. Esto apenas genera ningún beneficio económico para la ciudad”, reflexiona este investigador.
Otro grupo de visitantes de día son aquellos que en realidad han ido de vacaciones a Roma o Florencia, pero que realizan una excursión a Venecia, por tren o carretera.
Venecia incluso recibe excursionistas de un día que llegan por autocar desde Austria o Eslovenia, o incluso en barco saliendo desde Croacia.
Y a todo ello, también hay que añadir a los pasajeros de cruceros que hacen escala en Venecia. Este tipo de turismo ha generado una gran controversia.
Movimientos vecinales, organizados en torno a la plataforma “No grandi navi”, reclaman que se pare la llegada de grandes barcos por los impactos ambientales y la contaminación que generan en la laguna.
Por dicho motivo, piden que los cruceros sean desviados al puerto de Trieste, a 160 kilómetros.
En 2017, el gobierno italiano anunció un plan para alejar progresivamente a los barcos que pasan frente a la plaza San Marcos, pero las movilizaciones anticruceros continúan.
En cualquier caso, y según explica Damiano de Marchi, el 70% de las visitas de día a Venecia se concentran en cuatro horas y en espacios muy concretos de la ciudad, que como consecuencia son lugares muy saturados.
Y mientras tanto, el centro histórico de Venecia ha ido perdiendo habitantes, a un ritmo de 1.500 personas al año, desde finales de la década de 1990.
Esto ocurre porque los venecianos ven que la vieja ciudad en la laguna cada vez se orienta más a los turistas, no a los vecinos, por lo que hacen las maletas y se marchan a vivir a tierra firme.
En los años 1970, cerca de 110.000 personas vivían en las islas de la laguna. En la actualidad, sólo quedan 55.000. Es el llamado “Síndrome de Venecia” o pérdida de población local como consecuencia del turismo masivo.
“La presión del turismo es altísima, mucho más que la generada por los 4,6 millones de turistas que pernoctan en la laguna, y en los últimos años estamos asistiendo a la degradación del patrimonio; el aumento de la contaminación; el desplazamiento de las actividades urbanas, sociales y culturales, que marchan a otras áreas; mientras tanto la venta de productos se centra en satisfacer el turismo de masas”, dice Damiano de Marchi.
Y todo esto sucede en un sitio especialmente frágil, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
"Venecia es un resultado artístico único, con obras de arte de más de 1.000 años de historia, que se ha construido sobre 118 islas en una laguna, no hay noción de tierra firme", nos recuerda el investigador turístico.
Además, la llegada de turistas y excursionistas no se detiene. Cada vez vienen más, sobre todo de los mercados emergentes de Asia y Latinoamérica. Y se observa un patrón: "Raramente vuelven a Venecia", dice este experto.
En abril de 2018, el Ayuntamiento de Venecia incluso instaló un sistema de barreras o tornos peatonales, colocadas en una serie de accesos a la ciudad. Las autoridades municipales insistieron en que se trataba de una “medida experimental” y en que las barreras se bajarían sólo en días de gran afluencia de visitantes.
Para un grupo de vecinos que se manifestaron en contra de este proyecto, sin embargo, los tornos refuerzan la idea de que Venecia se ha convertido en un parque temático. "No queremos puertas en la ciudad, sino viviendas y políticas públicas de fomento de la residencia", protestaban.
Instalar un sistema de barreras no es la única idea que han tenido en Venecia para intentar controlar los efectos colaterales del turismo de masas.
Las autoridades locales también quieren impedir que la gente se siente en el suelo porque dan "mala imagen". Quien lo haga podría recibir una multa, desde 50 hasta 500 euros.
De hecho, ya está prohibido sentarse en los monumentos y escalinatas, o comer un bocadillo en un banco o incluso mientras se camina por las principales áreas turísticas (hay que ir a unas áreas específicas de picnic). Grupo de vigilantes se encargan de ir recordando a los turistas estas prohibiciones.
Un síndrome que se expande por el mundo
Diferentes lugares del mundo temen que el "Síndrome de Venecia” los acabe contagiando. Por este motivo, se plantean diferentes propuestas.
Una de las soluciones que se suele poner sobre la mesa pasa por establecer un techo máximo de visitantes o “capacidad de carga” del destino. Y si cabe, que lleguen menos turistas pero que hagan más gasto. La teoría es muy tentadora.
Por ejemplo, un estudio realizado por la asociación Palma XXI constató que en el centro de Palma de Mallorca el volumen diario de personas alcanzó las 90.000 diarias en el mes de julio de 2018. De este volumen, 52.300 eran residentes mientras que 37.700 eran visitantes (entre ellos, una media de 7.000 pasajeros de cruceros).
Según este mismo estudio, el 64% de los vecinos de Palma considera que su vida cotidiana se ve afectada negativamente por ese volumen de personas y considera que la ciudad ha superado su límite de capacidad para recibir turistas.
Dicho observatorio propuso entonces que, a largo plazo, “la carga turística” debería reducirse a la mitad en el casco antiguo de Palma, lo que significaría tener que “descentralizar” el turismo hacia otras zonas de interés de la ciudad.
Otras ciudades se plantean medidas similares de “descentralización” del turismo, tal y como veremos en capítulos posteriores. Pero en la práctica esto no es nada fácil.
Al fin y al cabo, la mayoría de turistas que visitan un lugar tienen una prioridad: invertir su escaso y por tanto valioso tiempo en ver los iconos más famosos y fotografiarse a su lado. Y es que compartir las imágenes de las vacaciones a través de las redes sociales o enviar las fotos a través de grupos de WhatsApp se ha convertido en una parte más del viaje.
Por otra parte, las ciudades que quieren evitar ser víctimas del “Síndrome de Venecia” están cada vez más preocupadas ante el boom de una nueva modalidad de alojamiento que no existía hace una década: los pisos turísticos.
Por ejemplo, en Lisboa las autoridades municipales quieren limitar el número de pisos turísticos para "preservar la realidad" de los barrios históricos del centro (Alfama, Castelo, Baixa, Chiado...). De hecho, se calcula que en estas áreas el 34% de las viviendas se están destinando al alquiler por días. La "presión turística" ha pasado a formar parte de las conversaciones de la calle y de la agenda política. Se teme un éxodo de los lisboetas hacia la periferia de la ciudad y se acusa a los alquileres turísticos de encarecer el precio de las viviendas, generar ruidos e incomodidades.
Mientras, en Francia se aprobó en octubre de 2018 una ley que permitirá imponer multas millonarias a las plataformas digitales que comercialicen viviendas turísticas sin licencia. Por las mismas fechas, además, el Partido Comunista propuso prohibir el alquiler turístico en el centro histórico de París.
“En los barrios del centro, uno de cada cuatro alojamientos ya no está habitado por parisinos sino que se destina al turismo. Esto tiene consecuencias muy importantes, como la sustitución de comercios por tiendas de souvenirs, o el cierre de clases en colegios por la pérdida de población. Estos barrios pierden completamente su identidad y queremos evitarlo", defendía el concejal parisino Ian Brossat, en una entrevista en el diario El Confidencial.
La turistificación de las ciudades
Así, los pisos que se comercializan a través de plataformas digitales como Airbnb han entrado de lleno en la polémica sobre la “turistificación” de las ciudades.
En un capítulo posterior hablaremos más a fondo sobre las causas que han disparado el uso de viviendas como pseudo-hoteles y en qué consiste la llamada "economía compartida".
Ahora, sin embargo, nos centraremos en qué significa el concepto “turistificación”.
Según el blog del Termcat (centro de terminología de la lengua catalana), “los términos turistificación y turistización son igualmente adecuados para referirse al proceso de convertir en turístico un punto geográfico, comercial o histórico, un hecho social o cultural, producto, etc. Estas formas se utilizan también, en ocasiones, con una connotación negativa para referirse a la presencia masiva de turistas".
Por otra parte, en el Diccionario Fundéu de lengua española encontramos una definición más crítica sobre la turistificación: “Este sustantivo se refiere al impacto que tiene para el residente de un barrio o una ciudad el hecho de que los servicios, instalaciones y comercios pasen en orientarse y concebirse pensando más en el turista que en el ciudadano que vive en ellos permanentemente”.
En cuanto a la prensa, las connotaciones relacionadas con esta palabra son más bien negativas, con titulares como: "Atrapados por la turistificación”; “Turistificación, conflicto urbano que trae la tecnología”; “Vecinos protestan contra la turistificación”; “La turistificación provoca la expulsión de los vecinos”, “La turistificación y desaparición del comercio tradicional amenazan las señas de identidad de la ciudad”, etc.
Por tanto, nos encontramos ante una palabra que funciona como sinónimo del concepto “Síndrome de Venecia”, pero que transmite el mensaje de manera más directa y utilizando menos palabras, lo que la convierte en ideal para titulares. Y esto explica en parte porque televisiones, radios y periódicos han abrazado este concepto con tanto entusiasmo.
¿Es justo utilizar la palabra “turistificación” como sinónimo de “Síndrome de Venecia”?
El problema es que si seguimos demonizando esta palabra, si sólo le atribuimos connotaciones negativas, el mensaje de fondo que al final calará en la opinión pública será tan simple como peligroso: "El turismo es malo". Así, sin matices. O blanco o negro.
Por este motivo, algunos expertos proponen que en torno a la palabra “turistificación” debería construirse un nuevo relato o discurso, haciendo pedagogía sobre su significado real.
“Esta palabra debería estar orientada a definir un modelo de especialización territorial elevada. En este caso, y como ocurre con cualquier otra actividad de gran especialización territorial, hay aspectos de impacto positivos y negativos”. La reflexión es de Jordi Calabuig, profesor en la Facultad de Turismo y Geografía de la Universidad Rovira i Virgili.
“Turistificación debe ser equivalente a hiper-especialización turística. Y sobre todo es necesario poner énfasis en modular su uso, de forma que no sea necesaria y exclusivamente una palabra para describir problemas, sino también beneficios de la actividad del turismo”, añade este experto.
En este sentido, indica Calabuig, es necesario ver un “espacio turistificado” como un lugar especializado, con una alta concentración de equipamientos y servicios turísticos, “donde la economía turística es la más importante, la que genera la mayor parte de las rentas económicas y parte destacada de los puestos de trabajo”.
Sin embargo, no será nada fácil transmitir esta visión más equilibrada sobre los procesos de turistificación. Por delante existe una gran labor pedagógica y probablemente muchas incomprensiones.
Y es que según admite Jordi Calabuig, “turistificación es la expresión que utilizan a menudo aquellos que por diversas razones están en contra de la actividad turística más convencional. La raíz del problema no es por tanto la turistificación, sino la visión negativa que determinadas personas e ideologías tienen en relación a la propia actividad tradicional del turismo”.
Pues sí, resulta que existen ideologías contrarias al turismo.
Y curiosamente, estos posicionamientos podemos encontrarlos tanto a la derecha como a la izquierda. En ambos casos, la estrategia de ataque es similar: poner el énfasis en determinados aspectos de la actividad turística, o del comportamiento de algunos visitantes, ya partir de ahí generalizar, disparando a diestro y siniestro.
Por ejemplo, el escritor Juan Manuel de Prada, en un artículo publicado en el diario ABC en julio de 2018 con el explícito titular "La plaga turística", decía: “Vivir en el centro de Madrid empieza a convertirse en un infierno en vida, con remesas de turistas invadiéndolo todo, cual plaga de langosta, colonizando las viviendas y convirtiéndolas en el escenario de sus putiferios low cost. Y a cambio, ¿qué riqueza real crea esta chusma?”.
La formación anticapitalista CUP, por su parte, llevó a cabo en Barcelona la campaña "Qué hacer en caso de tsunami turístico". Así, aconsejaban a la población "resistir colectivamente ante la ola turística", "No viajes en crucero", "Compra en los pequeños comercios tradicionales" y también avisaban de que "La policía no podrá ayudarte".
De hecho, ya en 2007, el geógrafo José Antonio Donaire explicaba en su blog: “Lo he conseguido. He encontrado un punto de encuentro entre las derechas y las izquierdas. Entre el liberalismo y el neomarxismo. Entre los nostálgicos conservacionistas y los posmodernos reciclados. Entre los bloggers y los periodistas. La sentencia unánime es la siguiente: El turismo está desfigurando Barcelona. Por eso, Xavier Trias afirmaba que quería una ciudad para vivir más que para ver; e Imma Mayol abría la propuesta de limitar el número de turistas de la ciudad. Todos los males de Barcelona se explican por la presencia de turistas en la ciudad”.
A mí me parece que el rechazo sistemático al turismo es una actitud que, llevada al extremo, acaba estigmatizando al visitante, señalándole como principal culpable de los males que afectan a una ciudad. Por ejemplo, la falta de vivienda a precios asequibles, la contaminación, el encarecimiento de los productos y servicios, la saturación de las calles... Así, comienzan a aparecer pintadas como “Tourist go home”.
En agosto de 2018, en Barcelona incluso aparecieron carteles en inglés con el siguiente mensaje, junto al dibujo de una persona que se lanzaba por un balcón:
DEAR TOURIST,
Did you know balconing…?
- Prevents gentrification
- Improves neighbours’ quality of life
- Reduces the risk of heart disease
Is LOTS of fun. #balconingISfun”
QUERIDO TURISTA,
¿Conoces el balconing...?
- Previene la gentrificación
- Mejora la calidad de vida de los vecinos
- Reduce el riesgo de enfermedad cardíaca
Es muy divertido. #balconingISfun
Un diario online de Nueva Zelanda publicó un artículo al respecto haciendo el siguiente comentario: “Los pósters implican que los turistas que visitan Barcelona deberían matarse tirándose por los balcones de sus hoteles”.
Los mensajes anti-turismo acaban impregnando a otros actores de la sociedad, incluidos políticos, tertulianos o medios de comunicación.
Y así hemos llegado a ver titulares como éste: “Venecía ha decidido abrir un corredor humanitario para sus residentes” (El Mundo, 7 de abril de 2016). Y de este modo tan banal, equiparemos a los turistas a un ejército invasor y convertimos a los residentes en víctimas, como refugiados que deben huir de una guerra.
El rechazo al turismo o "turismofobia" será un tema que abordaremos más adelante en otro capítulo.
Pero ya pueden ver que a menudo existe una estrecha relación entre el boom del turismo urbano y un incremento del descontento social en determinadas ciudades hacia la actividad turística.
De hecho, este rechazo probablemente irá a más en aquellas ciudades donde los residentes temen que les ocurra como en Venecia (éxodo de la población local), o en aquellos barrios sometidos a procesos de “turistificación” donde sólo se destaquen los aspectos negativos.
Pero entonces de qué estamos hablando: ¿de las maldades del turismo o de lo mal que se puede llegar a gestionar una ciudad con turistas?
Seguramente, el problema de fondo es la "no gestión".
Es decir, no actuar cuando todavía estamos a tiempo.
Por ejemplo, si permitimos que arraiguen cientos de alojamientos turísticos ilegales; si somos demasiado tolerantes con los comportamientos incívicos; si descuidamos la planificación de infraestructuras; si no hacemos nada por reducir las aglomeraciones en determinados lugares y horas del día; si miramos hacia otro lado cuando las calles comienzan a degradarse...
Al final será muy fácil señalar al turismo como el principal culpable de los males en una ciudad. Será el chivo expiatorio.
Más información:
- Xavier Canalís publica un libro que radiografía el turismo del siglo XXI
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