¿El verano de los malos turistas o los tontos de siempre? (1ª parte)
La BBC se pregunta ¿Es este el verano de los malos turistas? Y hay razones de sobra para hacerse tal pregunta
Publicada 31/08/23Artículo exclusivo para suscriptores Premium
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Los turistas también tienen -tenemos- una responsabilidad sobre los lugares que visitamos. Imaginémonos que un destino al que viajamos es un “producto” y que queremos ser “consumidores responsables”. Entonces, tendremos que intentar gastar menos agua y energía, reciclar, no ensuciar más toallas de las necesarias en el hotel, mantener una actitud de respeto cuando visitamos los monumentos y paseamos por las calles, utilizar las papeleras, no hacer ruidos por la noche, etcétera.
¿Pero qué ocurre si algunos turistas no son responsables, ni silenciosos, ni respetuosos, ni utilizan las papeleras, ni atienden a las normas básicas de convivencia? ¿O toman decisiones fuera de toda lógica y sentido común, sin tener en cuenta las costumbres sociales del país que visitan? ¿O directamente deciden saltarse las leyes y prohibiciones allá donde van?
Antes de entrar a fondo con estas cuestiones, dejadme citar al profesor de Turismo José Antonio Donaire. Nos hace ver un aspecto muy interesante sobre el comportamiento que todos tenemos cuando estamos de vacaciones en otro sitio:
“El turismo implica un cierto grado de transgresión. El turista tiene una función carnavalesca: es una transgresión de los valores sociales, culturales o incluso sexuales (...) Los turistas modifican (modificamos) sus códigos de conducta y con frecuencia los invierten”.
Piensen por ejemplo en los turistas extranjeros que se pasean por las Ramblas de Barcelona con un sombrero mexicano. “No se compran un sombrero porque creen que es 'típico' de Barcelona. El motivo es otro: Los turistas se disfrazan, juegan. No existe un acto de afirmación cultural hispana, sino un puro juego carnavalesco”, apunta Donaire.
Por favor, que levante la mano aquel lector o lectora que en sus vacaciones no haya hecho alguna vez algo extraordinario, arriesgado, absurdo o carnavalesco que normalmente no hace el resto del año.
Sin embargo, reconozco que me resulta complicado establecer una línea divisoria diáfana entre determinadas actitudes que podemos tener en las vacaciones (más liberales y relajadas, o incluso con un cierto grado de aventura y riesgo) respecto de otros comportamientos que de repente pueden causar malestar, conflictos, problemas de convivencia y alarma social. ¿Cómo y cuándo la cosa empieza a torcerse? ¿Cuáles son las consecuencias de traspasar esta raya?
Pensamos en una actitud aparentemente tan inocente como ir comiendo por la calle mientras paseamos por una ciudad contemplando sus monumentos. Si lo hacen miles de personas a la vez, seguramente tendremos un problema, sobre todo si se producen aglomeraciones de visitantes en determinados puntos.
Por este motivo, en el año 2013 el Ayuntamiento de Roma ya publicó un decreto municipal donde se establecía la prohibición de detenerse a comer y beber en todas las zonas de “particular interés histórico, artístico y arquitectónico” en el centro de la ciudad, imponiendo sanciones de 25 a 500 euros.
Quizás la mayoría de los turistas utilizaba correctamente las papeleras, pero para el Ayuntamiento de Roma pesó más el hecho de que mucha gente derramaba bebida o comida por plazas, escaleras y fuentes históricas. Con el paso de los años, otras ciudades como Florencia o Venecia han aprobado medidas similares.
¿Y qué pasa si los turistas, dejándose llevar por cierto espíritu transgresor, deciden pasear más ligeros de ropa por el centro de la ciudad? Por ejemplo, hombres con el torso desnudo, o bien chicas con pantalón corto y bikini, por una calle principal, muy lejos de la playa. Sin embargo, cuando asistimos a este tipo de comportamientos me parece que aquí entraría en juego otro factor: el turista está identificando ese destino como si fuera un lugar permanente de diversión y permisividad.
De hecho, deberíamos reconocer que la marca “Spain", “Espagne”, “Spanien” o “Spagna” evoca en muchísimas lenguas europeas una serie de atributos que pesan mucho en el imaginario colectivo: sol, playa, sangría, paella, fiesta... Y esto puede convertirse en un cuchillo de doble filo.
Por un lado, el hecho de que en las mentes de millones de consumidores España sea percibido automáticamente como un lugar para pasárselo muy bien es impagable desde el punto de vista del marketing turístico. En cambio, esta misma reputación -cuando se escapa de las manos- puede llegar a ser fuente de innumerables problemas, que después va a costar mucho corregir.
Turismo de borrachera
Retrocedemos a agosto del año 2004. Una batalla campal entre dos centenares de turistas (muchos de ellos ebrios) y la Policía Local de Lloret de Mar es noticia en todas partes y la consejera de Interior de la Generalitat de Cataluña, Montserrat Tura, acusa al sector hotelero y de ocio de promover el "turismo de borrachera". Es una frase tan contundente que años después todavía se utiliza en muchos artículos y tertulias.
El empresariado de la Costa Brava reaccionó furibundo, pero lo cierto es que las declaraciones de Montserrat Tura marcaron un punto de inflexión.
Desde entonces, Lloret de Mar ha ido dando pasos para reorientar su modelo turístico y enfocarse cada vez más hacia el público familiar, de parejas, turismo deportivo y de congresos, renovando al mismo tiempo su planta hotelera.
En septiembre de 2018, con motivo de un viaje profesional a Lloret de Mar, tuve la oportunidad de entrevistar al entonces alcalde de la localidad, Jaume Dulsat:
“Creo que ahora estamos proyectando una imagen de cambio pero todavía estamos a medio camino. Hay que analizar de dónde venimos: en la década de 1980, Lloret se anunciaba como la barra de bar más larga de Europa. Y esto tuvo consecuencias, porque la oferta segmenta hacia un tipo de turismo”.
Efectivamente, hay consecuencias si te promocionas en los mercados internacionales como un destino vacacional donde podrás desenfrenarte bebiendo alcohol a placer y cuando llegas allí, además, te encuentras con ofertas del tipo: “Absolut Vodka Red Bull XXL, 10 euros”, “Whiski cola XXL, 8 euros” o “Tequila, 1 euro”.
También había consecuencias si cada año ponías en marcha un programa de vacaciones para jóvenes llamado Salou-Fest y cada año, hacia la primavera, llegaban 8.000 estudiantes del Reino Unido para vivir una semana loca en la Costa Dorada. Según la publicidad del turoperador que organizaba estos paquetes de vacaciones, el objetivo de los jóvenes durante estos días era "hacer deporte, conocer el país y divertirse por las noches".
Para curarse en salud, los organizadores del Salou-Fest facilitaban a los estudiantes unos consejos "sobre las normas locales respecto a vestimenta, comportamiento en la vía pública o la prohibición de beber en la calle". Sin embargo, esto no evitó que muchos de los jóvenes fueran medio desnudos por la calle, tuvieran una obsesión compulsiva por enseñar culos y abusaran del alcohol. Todo a la vez. Esas imágenes, naturalmente, constituyeron un material de primera para los programas e informativos de la televisión.
El Salou-Fest se organizó durante 16 años consecutivos y según los organizadores, la empresa I Love Tour, el festival generaba unos ingresos de cinco millones de euros anuales durante la temporada baja. Sin embargo, cada vez era más evidente que aquello perjudicaba más que beneficiaba a la localidad. Finalmente, la presión ejercida por el Ayuntamiento, la Generalitat de Catalunya y la Federación Empresarial de Hostelería y Turismo logró detener el Salou-Fest. Su última edición tuvo lugar en 2016.
Un año después, en Fitur tuve la oportunidad de entrevistar al hotelero David Batalla, que entonces presidía dicha federación. Según me explicó, hoteleros y agencias receptivas llegaron a un acuerdo "para no ofrecer camas a los turoperadores que hagan promociones vinculadas con el alcohol". No fue un fácil acuerdo, admitió. “No tenía ningún sentido invertir millones de euros para renovar hoteles y esforzarnos por atraer turismo familiar de calidad si después abrías los telediarios cada mes de abril con el Salou Fest”.
Pan para hoy y hambre para mañana
Situaciones similares se han vivido en otros destinos de playa en diferentes puntos del Mediterráneo y del Caribe. Y la causa suele ser la misma: en un momento en que la demanda cae, la venta de paquetes turísticos a precios reventados para un público joven y con muchas ganas de juerga se ve como la solución fácil. Sin embargo, después es muy complicado romper esta dinámica. Pan para hoy, hambre para mañana.
En la isla de Mallorca, concretamente en Magaluf y Playa de Palma, también se conocieron las consecuencias de pasarse al lado oscuro del turismo. Un punto álgido se produjo en 2013, cuando los hoteles de estas zonas tuvieron que expulsar a 219 clientes considerados como “conflictivos”. En 2010, los expulsados “sólo” fueron 172. ¿Cómo se había llegado a una situación como ésta?
"El problema es que hemos pasado del Todo Incluido al Todo vale", denunció en ese momento la Asociación de Comerciantes y Empresas de Servicios Turísticos de Mallorca. Y es que según esta entidad, cada vez más hoteles de la isla estaban ofreciendo un “régimen low cost de pensión completa, sin apenas controles de calidad, y el resultado es que llegan miles de turistas a cualquier precio que hacen de todo. Tenemos borracheras continuas, balconing, vandalismo... Ahora tenemos un perfil mucho más conflictivo, por lo que el turismo familiar se escandaliza y no querrá volver”.
De hecho, ese mismo año 2013, el gobierno del Reino Unido tuvo que volver a lanzar una campaña informativa, publicando miles de pasquines, dirigida a los jóvenes turistas británicos que iban hacia Mallorca. En los folletos, se pedía a los chicos y chicas que no hicieran algo fuera de toda lógica y sentido común: lanzarse por un balcón.
En realidad, la práctica del balconing tiene diferentes variantes. Una de ellas, en efecto, es arrojarse desde el balcón de una habitación hasta la piscina del hotel. Un salto de 5, 10 o 15 metros. Adrenalina pura. Otras variantes consisten en sentarse en las barandillas o saltar entre balcones para ir a saludar a los colegas de la habitación de al lado. Si cuando haces esto, además vas bebido o consumiste drogas, las probabilidades de estamparte contra el suelo se multiplican.
Cada año, en los hospitales de Mallorca se atendía a una media de entre 10 y 15 accidentados por balconing, de los cuales el 70% sufría lesiones medulares graves. Otros, sin embargo, ni llegan a pasar por el hospital. En 2018, cuatro jóvenes turistas murieron en la isla haciendo balconing.
¿Saben que pienso yo? Si el gobierno de tu país debe informarte a través de una campaña oficial que cuando estás de vacaciones es mejor que no te tires por el balcón del hotel a la piscina porque puedes hacerte daño, esto es porque la educación y el sistema de valores de tu país falla estrepitosamente. O tú directamente eres un tonto nivel 5 estrellas. O ambas cosas.
Este texto forma parte del capítulo 14 del libro Turisme i turistes, de l'hospitalitat a l'hostilitat (Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2019). La segunda parte del capítulo será publicada mañana viernes, 1 de septiembre
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