En el Día Mundial del Turismo 2018
27 septiembre, 2018 (00:08:56)Conviene recordar que, desde 1980, cada 27 de septiembre se celebra el Día Mundial del Turismo, una fecha instituida un año antes por la Asamblea General de la Organización Mundial del Turismo (OMT). Fue elegida en recuerdo de la aprobación de los Estatutos de la OMT el 27 de septiembre de 1970. Con los eventos que ese día tienen lugar se trata de ayudar a concienciar a la comunidad internacional acerca de la importancia del turismo, tanto como para haber merecido la creación de una Agencia especializada por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Aprovechando la efeméride, me permito compartir, como investigador en este campo, algunas inquietudes. Es una oportunidad para la reflexión que invita a aplicar una visión crítica y de futuro acerca de los grandes desafíos que el turismo tiene planteados, tanto a escala global como en cada realidad concreta, con sus especificidades.
Hace unos días leí a un profesor de marketing, convencido de que el futuro del turismo está en las ciudades, declarar que “una ciudad no es una empresa, sino un espacio de pluralidad y de encuentro, también con los turistas”. A su criterio, “el turismo está anulando las ciudades. Las personas que están al frente de los municipios se han vendido al gran capital y han convertido los cascos históricos en parques temáticos”. Citaba los casos de Venecia y de Barcelona, apostillando: “Cuando a los ciudadanos se les expulsa de los centros de la ciudad, y quienes la dirigen son los directores de restaurantes y hoteles, la vida desaparece. Por tanto, a la larga, desaparecerán también los turistas” ...” Hay que repensar las ciudades como espacios públicos; no todo pueden ser terrazas y construcciones”.
El Prof. Toni Puig, que es el autor de tales citas, pone el dedo en la llaga de uno de los principales problemas del turismo contemporáneo, jaleado por una métrica del éxito que ha venido estando centrada en la cantidad de visitantes (turistas y excursionistas) que pasan por los destinos turísticos. En una competencia frenética por el crecimiento, sin más, y por elevar cada año los porcentajes de incremento de viajeros y pernoctaciones, para avanzar en los rankings al uso, nos hemos topado de bruces con fenómenos como el sobreturismo, la turismofobia, la gentrificación…cada vez más extendidos, olvidando que el turismo no es sólo economía, e incluso que, desde un punto de vista estrictamente económico, una mayor cantidad no conduce necesariamente a una mayor rentabilidad; también depende de los perfiles de los turistas que somos capaces de atraer. No podemos perder de vista las relaciones humanas, la convivencia entre residentes y turistas, el respeto al medio natural…todos estos equilibrios, en definitiva. Se podría sintetizar diciendo que, decidida y definitivamente, hay que poner el valor por encima del volumen y establecer una nueva métrica del éxito.
Aquí tenemos, pues, un primer gran desafío: el sobreturismo y la gestión de sus flujos, sobre todo en las grandes ciudades. La demanda está cambiando, y no sólo en cantidad, razón por la cual es clave superar el paradigma puramente cuantitativo. Los problemas no son causados, solamente, por la cantidad de gente, sino por cómo esas personas se comportan: la educación para el turismo es ahora más importante que nunca. Por ejemplo, en Calcuta (India) las autoridades han resuelto prohibir la realización de “selfies” con deidades, por lo que supone de falta de respeto hacia las comunidades locales.
Promover la desconcentración de los flujos de visitantes hacia nuevas áreas dotadas de atractivos turísticos, ajustar las políticas de precios en el destino a la demanda (sistemas de precios dinámicos), limitar las campañas promocionales orientándolas hacia aquellos momentos en los que la demanda es más baja (¿qué sentido tiene hacer promoción de un destino para atraer más turistas en periodos puntas ya saturados de gente?), aplicar las nuevas tecnologías para ayudar a desviar los flujos de visitantes y minimizar episodios de congestión que deterioran la experiencia turística (en la línea de lo que se ha dado en llamar destinos turísticos inteligentes), etc. Seguramente veremos como la aplicación de las tasas turísticas se extiende (en la región de El Algarve portugués la acaban de aprobar, por ejemplo), en la línea de garantizar que el turismo paga los costes que genera.
Este problema del sobreturismo está ligado a la estacionalidad: una enfermedad crónica de la industria turística. Atajar la estacionalidad no es fácil, pues al problema de demanda vinculado a los periodos de tiempo en que la gente puede viajar (sobre todo las familias), se suele unir la inadecuación de la oferta para operar fuera de la temporada alta y generar negocio. Los destinos de sol y playa son claros ejemplos, a menudo faltos de la necesaria iniciativa y creatividad/innovación. En todo caso, a la desconcentración en el tiempo se une el desafío de la desconcentración en el espacio, es decir, el viejo anhelo de que territorios al margen de los flujos turísticos que se concentran en costas y núcleos urbanos puedan también hacerse su hueco y, a través de la actividad que el turismo genera, dinamizar sus precarias economías, generar oportunidades y, en definitiva, mejorar sus niveles de vida. En este punto se echa de menos una acción más intensa de organismos internacionales como la OMT para promover un turismo más solidario geográficamente en el que las regiones (municipios) de baja densidad encuentren un modelo de desarrollo turístico centrado en las comunidades locales y en la complementariedad/diversificación de sus ofertas sobre la base de una acción cooperativa que asocie territorios (pongamos municipios) y productos.
En suma, aprovecho este Día Mundial del Turismo para reivindicar un turismo para las personas, para los turistas, sí, pero también para los residentes (sufridores en muchas ocasiones de los excesos del turismo) y los trabajadores del sector (cuyas condiciones laborales son a menudo manifiestamente mejorables). Y un turismo no sólo intensivo en mano de obra, sino intensivo en conocimiento, que promueva la formación y la innovación como palancas de la profesionalidad y la competitividad. En este sentido, reforzar el papel de los agentes del conocimiento (muy singularmente las universidades, sus investigadores y docentes) se antoja como fundamental. Por más que parezca una obviedad, en no pocos casos los políticos y representantes empresariales que lideran la industria turística no parecen tener conciencia plena de ello. No vendría mal que desde una instancia tan importante como la OMT se llamara la atención sobre este aspecto y su trascendencia, a menudo una debilidad en las dinámicas de funcionamiento de los destinos.
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