El síndrome de la etiqueta
24 septiembre, 2014 (09:53:37)
Llevo casi cuatro años viviendo en China y he comido en muchos tipos de restaurantes, desde los más caros hasta los pequeños puestos callejeros. En todos ellos he visto un fenómeno común: el dejar las etiquetas de marca o del comercio vendedor en la loza y utensilios de mesa. Es lo que denomino el síndrome de la etiqueta.
Al principio tomé estos descuidos como incidentes aislados pero, al ver cómo se repite esta practica en tantos establecimientos, comprendí su verdadero significado.
El síndrome de la etiqueta es en realidad un reflejo del nivel de profesionalidad de una gran parte de la restauración y hostelería en China. Simplemente puesto, la etiqueta no se retira de los platos, vasos, fuentes o cacerolas porque a nadie le importa: ni los empleados, ni los jefes, ni los clientes se preocupan por el contenedor.
Los empleados.
El mercado chino exige un alto nivel de ritualización, muestras de respeto y gran número de personal para recibir y servir a los clientes (sean comensales o húespedes). Muchos restaurantes tienen personal a la puerta del establecimiento en permanencia simplemente para atraer y recibir a los clientes. Las salas privadas también son extremadamente comunes y, en cada una hay un camarero en premanencia.
Afortuandamente la mano de obra suele ser muy barata pero, a cambio, el personal tiene muy baja educación y, en la mayoría de los casos nunca ha comido o se ha hospedado en un establecimiento de categoría medianamente alta. Al no haber vivido ese nivel de servicio, no pueden a su vez replicarlo para sus clientes. Probablemente ni se fijen en la etiqueta.
Los jefes.
Si bien suelen tener más veteranía y conocimientos que el personal de base, los jefes se encuentran con el problema del alto nivel de rotación de sus empleados. Existe mucha competición en el mercado y la lealtad de los empleados está totalmente enfocada hacía el salario.
En la hostelería de cinco estrellas el nivel de rotación de los empleados puede llegar a alcanzar el XXXX% en las grandes ciudades. Esta rotación tan elevada desalienta cualquier formación que vaya más allá de los conocimientos para desempeñar las tareas básicas del puesto. Para aquellos establecimientos de menor categoría la rotación es aún mayor.
Por tanto puede ser que algún jefe perciba la etiqueta como un punto a mejorar sin embrago sus esfuerzos se centraran en elementos más básicos que los estéticos.
La clientela.
Indudablemente la fuerza última y definitiva que acabará con el síndrome de la etiqueta son los clientes. Al igual que sucedió en España hace ya tiempo, una vez que el poder adquisitivo y conocimientos de los consumidores vaya incrementando, irán demandando no solamente comida apetitiosa y barata sino también estéticamente agradable, con garantías sanitarias y en un ambiente agradable (incluyendo loza limpia y sin etiquetas).
Los fabricantes.
Por último hay que resaltar otro factor que contribuye al síndrome de la etiqueta: los fabricantes. Los utensilios de cocina y mesa básicos no se caracterizan por un alto nivel de individualización. Por ello, el precio de venta es el factor más decisivo a la hora de su compra. A su vez, el precio de venta bajo exige una construcción simple. Es por ello que las etiquetas se rompen al intentar removerlas, debido a la (baja) calidad tanto del papel como el pegamento…
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