Menorca, sostenible al menos desde 1993
Fitur 2020 confirma que Menorca lleva años teniendo razón 29 enero, 2020 (10:32:21)Este Fitur 2020 ha sido, como decía mi compañero Xavier Canalís, "el Fitur de Greta". ¿Por qué? Pues porque todo el mundo, empresas y destinos, se han puesto su mejor traje verde y han salido al mundo a gritar que quieren ser sostenibles y que están dispuestos a hacer todos los sacrificios necesarios.
Bien, todos sabemos que hay una parte de postureo en eso. Me pregunto dónde han ido a parar los stands que tan magníficos lucían en Ifema la semana pasada, si son reciclables los materiales de los que estaban hechos... y me pregunto si es muy sostenible gastar ese dineral en algo que acaba en la basura si no es reciclable. Sea como sea, bienvenidos todos a la sostenibilidad. Algo avanzaremos, sin duda, entre el postureo y el marketing de altos vuelos (con bajas emisiones de CO2).
Con este artículo no pretendo que nadie se sonroje. Simplemente quiero reivindicar a aquellos locos que, como ocurre en Menorca, llevan años blandiendo la bandera de lo sostenible, de lo natural, del respeto por el paisaje y el medio ambiente, y del sacrificio que en muchos casos eso conlleva. Ahora que todo el mundo dice ser o querer ser sostenible, creo que Menorca merece un reconocimiento, porque eso ya lo dijo oficialmente en 1993 con la declaración de Reserva de la Biosfera, y porque no ha sido postureo o marketing, sino el efecto de una realidad que se nota nada más poner el pie en la isla y ver ese paisaje de alfombra verde que se extiende de lado a lado, con una ordenación del territorio controlada y limitada.
Menorca fue siempre un territorio de frontera, ¿saben ustedes? Quien se bajaba de una nave para pisar el suelo menorquín normalmente no venía a ofrecer nada, sino a llevarse lo que necesitara o le gustara. Los menorquines sobrevivieron aferrándose a lo que la isla les ofrecía, y gracias a esa austeridad y a su amor por la tierra, todavía hoy el paisaje de Menorca muestra la simbiosis entre la isla y sus habitantes, el respeto mutuo. En la época en que hubiera sido muy fácil vender las fincas rústicas de la isla a magnates del dinero y el urbanismo, en lugares maravillosos donde podrían haberse construido urbanizaciones de todo tipo, muchos de esos propietarios prefirieron no vender. Así, aun hoy y gracias a la protección posterior del territorio, la isla muestra tantos enclaves salvajes y el urbanismo en la costa y en rústico ha sido controlado y limitado. Los especuladores fueron vencidos por una población que salió a la calle a defender su costa y su campo cada vez que fue necesario.
Mi compañero siempre recuerda lo que decía sobre Menorca su libro de texto en la escuela: "Enorme peñón con poca tierra útil". Imagínense a esos niños felices por vivir en el paraíso, leyendo esa definición tan escueta y poco agradable sobre su casa. ¿Cómo se puede amar un sitio así? Pues así es, contra todo pronóstico la isla es amada y ha sido protegida y respetada. Claro que vivimos del turismo, y hemos ampliado el aeropuerto (tengo un amigo madrileño que no nos lo perdona), y el puerto de Ciutadella, e incluso la carretera general... pero esa es la magia: la convivencia en equilibrio entre los humanos y su actividad y el paisaje. Y creo que de esto podemos dar algunas lecciones, perdónenme la chulería.
Las cadenas hoteleras saben lo difícil que es, a veces, hacer rentable un hotel en Menorca. Es pequeño, no se puede ampliar, no pueden construir más habitaciones que sin duda les ayudarían a conseguir un mejor resultado económico. Quienes han invertido en el sector turístico saben lo complicado que es: normativa muy proteccionista, muchas exigencias, lentitud de trámites, el típico "esto no es posible", "esto no se puede hacer", modificaciones de proyectos, más gasto del previsto, plazos que se alargan, ese maldito técnico que me la tiene jurada... a veces pienso que es un misterio que con todas esas trabas todavía haya valientes que se atreven a invertir en la isla.
Pero, ¿saben? A eso me refería cuando hablaba de sacrificio, esa palabra tan maltratada y exiliada de nuestro diccionario. El sacrificio es perder parte del dinero que se podría ganar primando aspectos medioambientales, la protección del territorio, el mantenimiento del paisaje... el bien común, en suma... ese sacrificio lo han hecho los menorquines, y no es postureo, se lo aseguro.
Porque cuando uno tiene su tierra totalmente urbanizada, ha apurado al máximo la costa y el terreno rústico construyendo casas y pisos y polígonos y chalés y hoteles y urbanizaciones, querer ser sostenible es muy loable. Pero claro, ahí hay un poco de trampa, lo que podrás hacer será gestionar mejor tus recursos y tus residuos, el agua y la energía, pero ahí no ha habido sacrificio: durante un tiempo a lo que se ha ido ha sido a explotar el territorio al máximo. ¿Ven la diferencia? Ahora optas por ser sostenible porque no te queda otra... pero no ha sido nunca un objetivo interesante ni prioritario.
Por eso quiero reivindicar que Menorca esté más de moda que nunca, porque el tiempo ha dado la razón a los visionarios que han apostado por este modelo, y sin duda, el futuro les dará todavía más la razón. Porque sostenible no es quien dice serlo, ni siquiera quien quiere serlo, sino quien pone en práctica la forma de serlo, se lo cree y renuncia a lo que haga falta para obtener un bien mayor, común y que legará a las generaciones futuras.
Gracias por leer hasta aquí lo que no dejan de ser reflexiones ultraperiféricas de una persona orgullosa de ser ultraperiférica en Menorca.
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