Nos ha dejado Emili de Balanzó. Bueno, no nos ha dejado, se lo ha llevado sin avisar ni pedir permiso el maldito coronavirus. No sé si muchos de los lectores de HOSTELTUR le habrán conocido en su etapa como secretario general y gerente del Fomento del Turismo de Menorca, o quizá cuando fue concejal del Ayuntamiento de Maó. Quienes le conocieron seguro que le recuerdan, porque aunque era un hombre bajito de estatura, su talla era enorme.
Un gran conversador, amabilísimo, educado, culto, enamorado y devoto de Menorca aunque había nacido en Barcelona (fue fundador de la Obra Cultural de Menorca), extremadamente afable, algo socarrón a veces pero siempre con elegancia, irónico sin herir, agudo sin desconfiar, generoso, colaborador, inteligente, como se desprende de todo lo anterior. Esos ojos azules y serenos escrutaban la realidad, la cortaban a trocitos y la analizaban concienzudamente, con palabras certeras y sin dejarse arrastrar ni por la emoción ni por la desesperanza. Menorca tuvo suerte de tenerle al frente ejecutivo del Fomento en una época en que el turismo era "cosa de extranjeros", justo antes de que pasase a ser "cosa de hoteleros" y luego, a que por fin el Consell Insular y parte de la sociedad menorquina se hicieran conscientes de que el turismo era, es, cosa de todos.
Emili tenía alma de poeta, de trovador... se maravillaba y se sorprendía, todavía, a su edad (nació en 1940), ante la vida, ecuánime y mesurado siempre, tanto delante de una actuación política cuestionable como de un potente vendaval de tramontana.
Era un niño, en el fondo... y creo que es lo mejor que se puede decir de alguien, porque significa que a pesar del maltrato de la vida, conserva intacto el patrimonio fundamental de la inocencia. Y todavía se emocionaba por cosas como esta:
Me lo pasó por Whatsapp en noviembre. Nos encontramos en Sevilla, donde él y su esposa visitaban a su hija. Cuando dos menorquines se encuentran en algún lugar del mundo, es una fiesta... y no, no nos conocemos todos, pero casi, casi...
Regresamos a Menorca en el mismo vuelo, y nos pasamos el rato hablando de Cees Nooteboom, autor neerlandés que considera a Menorca como su casa y vive en la isla gran parte del año. Yo estaba leyendo entonces "533 días", su último libro, y Emili ya lo había leído, y además le conocía personalmente: había estado en su casa de Sant Lluís (mítica para sus lectores), y había sido testigo de cómo cada día, a cierta hora, se paraba la actividad de sus habitantes para poder darle zanahorias al burro del vecino, que se asomaba por encima de la pared de piedra en seco. Nos reímos.
Al día siguiente le pregunté por Whatsapp sobre el librero de Sevilla, si pensaba que estaría en la librería "La Casa Tomada", como siempre, o si en cambio, habría tenido suerte con la hija del sastre y la librería permanecería cerrada, como prueba del 9 de su amor. Me respondió con una sola palabra, y el emoticono de la lágrima: "Abierta". Los dos lo sentimos por el librero y por Rosaura, pero nos alegramos por los amantes de los libros.
El coronavirus se ha llevado a mucha gente, padres, madres, abuelas y abuelos, hermanos y hermanas, hijos e hijas, amigos y amigas... muchos de ellos, profesionales del sector turístico más o menos conocidos y reconocidos. Emili de Balanzó obtuvo en vida el tímido agradecimiento de Menorca, con el principal premio turístico que otorga el Consell Insular (el premio Joan Gomila, en 2017), y con el principal premio turístico del Govern Balear el año pasado, en el marco de la Nit del Turisme, momento que recoge la fotografía.
Emili parece contento en la foto. No creo que fuera un hombre que esperase o necesitase premios, seguramente en su interior se estaba divirtiendo bastante (en parte debía estar perplejo, "perplex", una de sus palabras favoritas), y probablemente pensando en la guasa de su amigo Miquel Vanrell, de haber estado vivo para verle en ese trance.
Emili se ha ido, y el mundo es algo más sombrío sin él. Ocurre esto cuando mueren personas notables, no por sus títulos o su poder, sino por el brillo de su alma.
Siempre le estaré agradecida por tantos ratos, tantas conversaciones, tanto sentido común, tanta maestría con tanta humildad... y muy especialmente, y él lo sabe, por tantos "sugus" que me endulzaron crónicas, esperas y grabaciones.
Emili, ya lo sabes, la muerte no existe, es sólo una puerta que hemos de cruzar... a veces a destiempo, pero con la máxima dignidad de que seamos capaces. Y siempre bien peinados, a pesar de la tramontana.
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