Repensando la relación entre cultura y naturaleza
6 mayo, 2020 (15:27:31)Entre los hechos más llamativos que la situación de confinamiento generalizada está generando se encuentra la espontánea proliferación de determinados grupos de animales en espacios que, anteriormente, les eran ajenos. Así, estos días nos hemos familiarizado con pequeñas manadas de jabalíes cruzando las calles de algunos barrios de Barcelona; monos en busca de comida en las inmediaciones de pueblos turísticos en Tailandia o la India, o ballenas y delfines muy cerca de las costas catalanas. Sin embargo, no por amables, estas imágenes deberían de hacernos reflexionar sobre la tradicional separación establecida entre cultura y naturaleza, y cómo la misma ha devenido en dinámicas de mercantilización y comercialización que, incluso, han hecho peligrar la existencia misma de determinadas especies.
De este modo, junto a estas simpáticas estampas, también nos estamos encontrando con noticias que nos alertan sobre la relación entre el turismo y la supervivencia de animales en peligro de extinción; una existencia que no se encuentra en peligro debido al impacto que esta actividad pudiera estar generando sobre determinadas entornos naturales frágiles, sino más bien por lo contrario. Organizaciones de territorios tan dispares y remotos como Kenia o las Islas Seychelles alertan de que la caída de los ingresos provenientes de las actividades turísticas, vinculados a la protección de especies en estado crítico, les están llevando a disminuir su actividad y capacidad de acción, con enormes consecuencias sobre la vigilancia, protección y gestión de inmensas áreas de caza, pesca y explotación forestal susceptibles de ser expoliadas. Esto pone de manifiesto que, ya sea por acción o por omisión, la práctica turística ejerce una influencia considerable sobre la naturaleza.
La explicación a este fenómeno recaería no solo en la fuerte visión antropocéntrica occidental, aquella que nos hace pensar que, como dice la Biblia, Dios nos empujó a llenar "la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven"; o a unos modelos económicos clásicos que se han interesado por el medio ambiente únicamente en la medida en que proveía de determinados elementos esenciales para el desarrollo económico, sino también porque incluso los más modernos manuales de gestión del territorio y los recursos naturales abundan en dinámicas de mercantilización y comercialización de la naturaleza, es decir, en recomendar que para proteger los ecosistemas es necesario explotarlos, aunque sea sosteniblemente.
De este forma, vincular la supervivencia de animales, vegetales o biotopos en estado crítico a su mercantilización y comercialización suponfdría una continuación en la dicotomía cultura vs. naturaleza que nos ha llevado a la sobreexplotación de los recursos. Pero, además, a procesos de desplazamiento y dilución de los conocimientos locales; a la limitación de la participación de las comunidades locales; a una ordenación basada en conocimientos tecno-ecológicos que no se reconoce la historia y usos locales, en definitiva, a la transformación de los espacios en bienes de consumo para actividades como el turismo y a la consolidación de conceptos como el de "desarrollo sostenible"; fenómeno éste que, como bien señalan autores como Jean Pierre Garnier, no es más que un lavado de cara al conocido capitalismo.
En definitiva, quizás podría ser una oportunidad para repensar esta relación orientándola hacía su concepción como un sistema abierto al medio ambiente no sujeto solamente a relaciones puramente económicas, sino también a determinadas relaciones sociales, las cuales conformarían el carácter final del territorio.
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