¿Somos usuarios de los avances tecnológicos o papanatas tecnológicos? - Introducción
24 julio, 2015 (12:13:14)Somos usuarios de los avances tecnológicos o papanatas tecnológicos - Introducción
A lo largo de los años, me he preguntado en muchas ocasiones si los seres humanos, estamos sacando provecho de las nuevas tecnologías, o nos estamos convirtiendo en simples papanatas de las mismas, admirando excesivamente su desarrollo en actitud simple y poco crítica.
Empecé a enfrentarme a este problema en 1966 tras mi regreso a España después de una estancia de cerca de tres años en el Reino Unido y Republica de Irlanda, realizando prácticas y tratando de mejorar mis conocimientos de la lengua inglesa, al verificar como muchas personas de mi entorno, tenían cada vez más problemas para detectar errores contables o matemáticos.
Dado que mis primeros estudios fueron los de peritaje mercantil, desde muy joven me había acostumbrado a llevar las cuentas del negocio familiar, y luego como camarero, para cobrar los servicios a los clientes, sumando el valor en barra de las consumiciones realizadas y calcular el porcentaje de servicio sin necesidad de ayuda mecánica alguna, desarrollé una gran rapidez y facilidad para hacer esos cálculos mentalmente.
Posteriormente durante mi etapa de estudios en la Escuela de Hostelería, durante el curso 1962/1963 estuve realizando prácticas en el hotel Fenix como “main courantier” de noche, viendo el manejo de la mano corriente, y comprobando como algunos días no se había terminado de cerrar cuando a las cinco o seis de la madrugada empezaban a pedir la cuenta las primeras salidas del día, por la dificultad de cuadrar aquellas grandes hojas, llenas de números, con la ayuda de las calculadoras de la época, que solo permitían sumar y restar. Una vez visto el funcionamiento de la mano corriente, me dejaron hacer mi primer cierre, y en menos de una semana tenía cerrada la mano corriente, perfectamente cuadrada entre las dos y las tres de la madrugada, sin usar ayuda mecánica alguna.
Cuando en el otoño de 1966, estoy trabajando en el Central Accounting Office, en el sector americano de la Base de Torrejón de Ardoz, donde he conseguido ingresar con la intención de aprender a usar máquinas más modernas, y especializarme en el uso de los sistemas de organización y control que utilizaban en los clubs, el hotel de transeúntes y los servicios de “wellfare” de la base, dispongo sobre mi mesa de dos máquinas, una muy parecida a las que ya conocía para realizar sumas y restas, y otra calculadora mucho más sofisticada con seis palancas correspondientes a las líneas de centenas de millar, decenas de millar, unidades de millar, centenas, decenas y unidades, seguidas de otras dos palancas para los céntimos. Cada palanca está situada en la parte superior del panel frontal, en la línea “0”, seguida por otras nueve líneas numeradas del 1 al 9, que utilizan para hacer cálculos de multiplicación y división, en el caso de la multiplicación, se debe colocar cada una de las palancas en la línea correspondiente a los números del multiplicando, para después de pulsar la tecla de multiplicación, mover las palancas hasta la posición correspondiente a los números del multiplicador, para a continuación poner la calculadora en marcha, que tras más de un minuto de ruidos producidos por el movimiento de engranajes en el interior de la máquina, nos proporciona el resultado en una ventana en la que aparecerán los números correspondientes al resultado de la multiplicación, que debemos pasar manualmente a la hoja de control para que quede reflejado en la misma, y a la sumadora para que quede constancia en la cinta que se imprime en esta última para totalizar todas las operaciones realizadas.
El caso es que aproximadamente al mes o mes y medio de acceder a aquel trabajo, me ocurrió una anécdota muy curiosa, cuando veo ante mi mesa al comandante americano al mando de aquel departamento, que mirándome muy seriamente me dice “creo que voy a tener que despedirlo”, por lo que en un primer momento, quedo anonadado sin saber cómo reaccionar, hasta que pasado ese primer momento, se me ocurre preguntarle, “ha visto usted el trabajo que estoy haciendo aquí”, y su respuesta fue “no necesito verlo, lo oigo”. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de que donde yo trabajaba, de todas las posiciones de trabajo salía un constante ruido del pulsado de las teclas de las máquinas, y sobre todo cuando ponían en marcha la calculadora, había un constante “tracata, tracata, tracata” del ruido de los engranajes de la máquina en movimiento, mientras que en mi zona de trabajo no había ruido más que de tarde en tarde, cuando en alguna operación algo más complicada, ponía la calculadora en marcha, y mientras esperaba a que ésta me diera el resultado, yo seguía haciendo mentalmente los cálculos más fáciles de realizar sin ayuda mecánica. Aquella situación había dado paso a que en aquella oficina, yo hiciese prácticamente tanto trabajo como el que realizaban entre todos, la media docena de mis compañeros de trabajo, porque cuando ellos valoraban un inventario, y cometían un error, no lo podían detectar hasta haber realizado la segunda suma de verificación y veían que su total no coincidía con la primera, lo que les obligaba a verificar todas las anotaciones y operaciones realizadas, mientras que en mi caso, podía detectar mis errores sobre la marcha, reduciendo en más del setenta por ciento el tiempo que necesitaba para hacer la valoración de un inventario.
Mi jefe consideraba “que era imposible hacer tantos cálculos sin errores y sin utilizar las máquinas”, lo que dio paso a continuar con un dialogo muy parecido a lo que sigue, ya que transcurridos 49 años, no puedo recodarlo de forma literal, contestándole “que podía resultar imposible para todos aquellos que hubiesen perdido su capacidad de hacer cálculos mentales, por haberse acostumbrado a usar innecesariamente las máquinas”, y se me ocurrió preguntarle “cuanto suman ocho y seis”, quedándose sin saber que contestar, hasta que empezó a calcular, partiendo del 8, tocándose los dedos empezando por el meñique, para ir calculando 9, 10, 11, 12, 13 y al llegar al meñique por segunda vez dar el14 como respuesta, momento en que se hizo consciente de haber perdido capacidad para realizar los cálculos más elementales, y entonces me dice, “que sumar números simples podía ser fácil, pero como puede hacer usted cálculos más complicados”, y tomando uno de los inventarios del club de oficiales que estaba valorando en aquel momento, me pregunta “qué valor tienen 266 copas a 25 centavos”, mi contestación de forma inmediata fue “66,5 $”, asombrado me preguntó “Cómo ha podido hacer esa multiplicación tan rápidamente”, quedándose más asombrado cuando le conteste, “En este caso no he necesitado hacer ninguna multiplicación, porque el cálculo es más fácil dividiendo el número de copas por cuatro”.
El caso al que me enfrentaba valorando aquellos inventarios, era que muchos precios eran de 10, 25 y 50 céntimos, y de múltiplos de dólar, que permitían un cálculo muy fácil de multiplicar o dividir, por lo que en mi trabajo solo usaba la máquina calculadora, en aquellas operaciones con precios que dificultasen el cálculo mental, como podían ser 35, 60, 75 centavos, o 1,25 – 1,30 – 1,70 – 2,25 – 2,75 dólares, u otros precios de similares características, por lo que en mi zona de trabajo, no se oían los constantes ruidos del resto de mesas del departamento, dando la impresión de que yo no trabajaba.
No quedando satisfecho el comandante con mi respuesta, hizo que se verificasen los inventarios que había estado valorando en los últimos días, sin poder encontrar ni un solo error en los mismos, por lo que me dejo trabajar tranquilamente hasta que pocos meses después, una vez cubierto mi objetivo de conocer los sistemas organizativos y de control que se utilizaban en la base, presente mi dimisión, para ingresar en el Programa de Formación Profesional Obrera, antiguo PPO, en el que ingrese como Monitor de las especialidades de Camarero y Barman, aunque una vez terminado el Curso de Orientación Didáctica, fui destinado a inaugurar el Hotel Escuela San Nicolás en Marbella, como Monitor de Recepción y Administración, en el que además de atender mi responsabilidad formativo, fui encargado de la gestión de compras y la intervención de la gestión comercial del mismo.
En este destino tuve la oportunidad de disponer de las máquinas de facturación y contabilidad suministradas por la empresa tecnológicamente más avanzada de la época, para que pudiéramos enseñar su uso a los alumnos, ofreciéndome un amplio campo de instigación en el que empecé a desarrollar importantes sistemas de control, que luego solo he tenido que ir adaptando a los avances tecnológicos que han ido apareciendo a lo largo de los últimos cuarenta años con grandes logros de productividad.
Autor: Miguel Angel Campo Seoane
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