Inmigración y turismo
22 noviembre, 2015 (14:09:59)Quisiera dejar aquí constancia resumida de una serie de ideas vertidas en una reciente mesa redonda en la que traté el tema que da título a este post.
Siendo un fenómeno que no es nuevo en absoluto, en estos momentos más que nunca, tras los trágicos acontecimientos de los últimos días (aunque parece haberse olvidado que nuestro 11M fue aún peor en número de víctimas mortales), es trascendental insistir en que no debe establecerse ninguna asociación entre inmigrantes (sean del color, etnia o religión que sean) y terroristas. Porque estos últimos son criminales que hay que llevar ante la justicia para que recaiga sobre ellos el peso de la ley (eso sí, desde una comprensión profunda de las causas de un fenómeno que, por desgracia, no es hoy en día ni puntual ni aislado), pero aquellos hemos de apreciarlos por el trabajo que hacen y su contribución al crecimiento y desarrollo de nuestras comunidades, sabiendo, al mismo tiempo, que es un fenómeno hipercomplejo, por sus muchas aristas.
Vivimos en un mundo caracterizado por la movilidad, la interculturalidad, la diversidad creciente (en las empresas, en los territorios). La colonias de expatriados se multiplican por doquier. Aunque en todo proceso de largo alcance haya momentos de pasos atrás, como puede ocurrir ahora, nos encaminamos hacia un mundo cada vez más abierto y mestizo, con sus pros y sus contras, en el que las sociedades se irán configurando no como un mero agregado de comunidades diferentes, sino como la resultante de la mezcla de las mismas, con sus matices y grados.
La crisis no sólo no ha frenado estos flujos, sino que los ha incrementado e incluso incorporado nuevos orígenes, como en el caso de España, que ha visto incrementar los flujos de salida –ahora de recursos humanos cualificados- y de regreso de inmigrantes a sus países de origen, aunque otros empiezan a llegar a borbotones fruto de los conflictos bélicos que azotan el mundo. En todo caso, la clave suele estar en la creciente desigualdad (de los países o zonas del mundo menos favorecidas respecto de aquellas que gozan de mayor prosperidad), pese a que a veces la macroeconomía diga otra cosa y resulte engañosa en virtud de la falta de equidad en el reparto de la riqueza. Añadamos a este cóctel el “juego” geoestratégico en el tablero de ajedrez mundial de intereses económicos y de poder que deja en un plano secundario (o no considera, sin más) el sufrimiento que puede causar en tantos seres humanos desprotegidos.
La gran y creciente industria que gira en torno a los viajes y el turismo es una prueba de ello, con un pasado que nos muestra la resiliencia de la misma ante episodios catastróficos.
La inmigración genera flujos de ida y vuelta que dinamizan esta industria: inmigrantes que cuando les es posible vuelven a sus comunidades de origen para visitar a familiares y amigos, o esos familiares y amigos que viajan para visitarlos allí donde se encuentren.
La población inmigrante trabaja en el sector turístico, sobre todo en la hostelería, aún con el hándicap de su temporalidad por la estacionalidad que caracteriza a esta actividad. Así, según el informe “OECD Tourism Trends and Policies 2012” presenta a España como el país con más peso de trabajadores inmigrantes en el turismo, concretamente el 16’15% del total de los empleados por hoteles y restaurantes (ver: https://www.hosteltur.com/127000_espana-pais-ocde-trabajadores-inmigrantes-turismo.html). Y como ocurre en la agricultura, son puestos de trabajo que la población local no gusta o no puede realizar, pese a las altas tasas de desempleo que padecemos, en especial en el sur: paradójico pero cierto. Repárese en que cuanto más diversa es la procedencia de los turistas que recibimos, más diversa ha de ser también la plantilla de las empresas para poder entenderles cabalmente y, a su través, prestarles un servicio percibido como de calidad, de excelencia, personalizado. Por ejemplo, ¿quién mejor puede atender a un turista chino o a un ruso que otro chino u otro ruso?
Por tanto, y pese a las dificultades de integración, resulta que les necesitamos, y por más razones. Por ejemplo, muchos de ellos se convierten en empresarios, también ligados al turismo: comerciantes, guías, receptivos, o prestadores de otro tipo de servicios vinculados a la primera industria nacional. Se trata de personas que observan nuestra realidad con ojos diferentes y que, por ello, pueden ser capaces de identificar oportunidades que para los locales pasan desapercibidas, o simplemente porque estos carecen de la iniciativa emprendedora que toda sociedad moderna necesita para progresar.
Hasta aquí, en suma, nos hemos referido a la inmigración como una manifestación de la globalización dinamizadora de la demanda turística (añado el fenómeno cada vez más extendido de los “global commuters”, o sea, de personas que trabajan en un país y residen en otro), como mano de obra (poco cualificada en general, eso sí) para el sector, particularmente para la hotelería y la restauración, y como emprendedores que multiplican la actividad económica en torno al turista (nacional e internacional) y sus necesidades.
Una inmigración que se integra enriquece a las sociedades de acogida. Para ello hemos de aprender a gestionar la diversidad, y una clave esencial para ello, como señala el Prof. Richard Florida cuando se refiere a las clases creativas, es la tolerancia, que, por supuesto, ha de provenir de ambas partes: unos con voluntad de integrarse (lo que significa respetar las normas de convivencia en la comunidad receptora) y otros con una mentalidad de acogida abierta que haga posible que las ventajas superen a los inconvenientes.
Y las enriquece porque nuestra sociedad padece de muy graves problemas desde una perspectiva de largo plazo, que socavarán nuestro bienestar relativo si no los atajamos a tiempo. En ocasiones carecemos de la luz larga con la que los gobernantes con mayúsculas deben iluminar estos grandes temas, sin dejarse guiar tan sólo por esa luz corta que llega hasta las próximas elecciones, y cómo hay tantas y las campañas electorales son casi permanentes…pues resulta que esos asuntos que requieren ir mucho más allá del cortoplacismo no terminan de abordarse con la seriedad que requieren.
Me refiero, por ejemplo, al envejecimiento galopante de la población consecuencia de una natalidad bajísima: en 2014 fue el país número 184 en tasa de natalidad y el 182 en índice de fecundidad de los 192 países que incluye el estudio que publica DatosMacro.com. Según la OCDE, España es el país con mayor esperanza de vida (se situaba en 2012 en los 82,5 años) y con menor tasa de fertilidad (1,32 hijos por mujer en edad fértil) de la Unión Europea. De hecho, el INE prevé que en 2017, a lo más tardar, entremos en saldo vegetativo negativo (más muertes que nacimientos). Ya antes de la crisis llegamos a ostentar el record de ser el país con menor tasa de natalidad del mundo, y sólo la inmigración nos ha ayudado a rejuvenecer algo nuestra maltrecha demografía. No culpemos, pues, a los inmigrantes: más bien será que algo estamos haciendo mal nosotros.
Y me refiero también al insuficiente espíritu emprendedor, ese empuje que en no pocas ocasiones sí aplican los inmigrantes, aunque sea por necesidad. Si nuestro propio talento se nos está marchando (ojalá no fuera así y pudiéramos retenerlo), necesitaremos talento de fuera.
Para terminar permítanme una referencia a mi tierra, a la provincia de Huelva y su turismo, aunque ya raramente las hago por haber llegado a la convicción de que son semillas que no pueden germinar en la estéril tierra político-empresarial preocupantemente (por su prolongadísimo enquistamiento) dominante, siendo los resultados los que son. Cuando se diseñó la que ya no sabemos si es su marca turística, HUELVA LA LUZ, su significado giraba en torno a una serie de ejes que iban orientados a diversos segmentos del mercado turístico. Parte de ese significado era el de la luz de la modernidad, la de un turismo con valores, humano. Huelva como tierra de paz, de convivencia, de progreso. Huelva como lo que es, como lugar de encuentro de distintas nacionalidades y culturas, ahora y en el pasado, que se convierte en objetivo de reflexión, pensamiento e interpretación artística: se entremezclan nativos de países latinoamericanos, norteafricanos, subsaharianos, del Este de Europa,… La convivencia, armonía, comprensión y prosperidad son rasgos que se pretendían destacar para mostrar Huelva como tierra de paz, bañada de una luz que posibilita la tolerancia, la apertura y la solidaridad. Ahí quedó, sin interés por su desarrollo y aplicación. También era un guiño para ayudar a atraer esas clases creativas antes referenciadas y tan necesarias en el mundo actual, que nos ayudarían mucho a evolucionar, como agentes dinamizadores del cambio que han demostrado ser. Quizás alguien en el futuro retome la idea, quién sabe.
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