Antiturismo XXI: ludismo por incomodidad
7 agosto, 2024 (11:18:43)No es la primera vez en la historia de la Humanidad que se genera una oposición a una actividad económica. Por ello un análisis de la oposición actual a la actividad turística busca precedentes para tratar de entender las razones, las formas que adopta y los resultados y consecuencias económicos y sociales que puede producir.
Quizás el precedente más relevante, y más próximo, de esta oposición a una actividad económica sea el de los luditas en el siglo XIX. Él ludismo fue el movimiento contra la introducción de las maquinas en el proceso de industrialización del sector textil. Nació en el Reino Unido en 1811 y se caracterizó por la destrucción de los telares. Su impulso era obrero y se basaba en el hecho real que cada maquina sustituía a muchos obreros que, de repente, se quedaban sin puestos de trabajo. Era una cuestión existencial, de supervivencia. La represión del Gobierno británico fue feroz, pero el movimiento ludita murió en definitiva porque era inútil luchar contra el progreso que representaban las máquinas. En los momentos iniciales de este proceso de sustitución era difícil anticipar que a medio y largo plazo la introducción de las máquinas iba a suponer un mayor bienestar económico y un empleo de mayor valor añadido derivado del manejo y el mantenimiento de la maquinaria que se estaba introduciendo. A los luditas se les ha definido como “rebeldes contra el futuro” y por ello estaban llamados al fracaso. Lo mismo podría decirse a quienes se oponen hoy a la actividad turística, lo que no significa dejar de reconocer la legitimidad de algunas, ni mucho menos todas, de las razones que alegan para esa oposición.
¿Como habría que denominar a los que actualmente participan o alientan la oposición a otra actividad económica, esta vez del sector terciario, como es el turismo? Desde luego su motivación no es existencial como en el caso de los luditas, sino que según sus propias manifestaciones y proclamas se quejan de las molestias, de la “incomodidad” que conlleva, en ocasiones, lo que se califica como turismo masivo. Es llamativo que no se convoquen manifestaciones ante conductas bastante más perturbadoras que la afluencia turística como es el caso de los botellones. Algunos eslóganes en las manifestaciones anti turísticas pretenden invocar cierta trascendencia como “menos turismo, más vida”, sin embargo los mensajes suelen ser más a ras de tierra: “Mallorca para los mallorquines” es un ejemplo. El argumento más socorrido para calificar a estos opositores al turismo es preguntarse cual es la alternativa a la actividad turística en muchos de nuestros destinos para mantener el actual nivel de bienestar, alcanzado precisamente por el desarrollo (perdónese este nefasto término) del turismo. Otra reflexión es preguntarse cuantos de los que participan o alientan esa oposición a la actividad turística están dispuestos a renunciar a viajar y convertirse así en turistas en otros lugares que también podrían recibirlos como perturbadores de la tranquilidad local. Claro que es muy posible que cada uno de ellos se considere viajero y no turista. Chesterton decía que el viajero ve lo que ve y el turista ve lo que ha venido a ver. También es posible que para el local no sea fácil distinguir uno de otro.
Y esto nos lleva a otra consideración: la responsabilidad de las Administraciones públicas en el diseño y aplicación de las políticas económicas proponiendo y facilitando actividades económicas alternativas a la turística. A veces se presenta a la actividad turística como el obstáculo a que se desarrollen otras esferas de actividad económica, lo cual es una pura falacia. En el propio sector terciario se ha producido un notable impulso, debido a la iniciativa privada, en la exportación de servicios, de modo que, aunque en menor medida que los ingresos por el turismo internacional, ayudan a que la balanza de pagos española se equilibre e incluso sea positiva. Las Administraciones públicas, que tan poco hacen en favor del turismo, con grandes déficits en la planificación histórica y en la gestión actual, les corresponde impulsar otros sectores de actividad económica. Incluso algunas poderes políticos han agravado los llamados efectos negativos de la actividad turística, bien por inacción o por orientaciones equivocadas como es el caso de las viviendas turísticas, la lentitud burocrática en la concesión de licencias en la construcción de nuevas viviendas, o la falta de iniciativa en aumentar el parque de vivienda pública.
Nadie niega que existen efectos negativos de la actividad turística, que ahora se denominan “externalidades negativas”, se supone que en contraposición a las “internalidades” positivas, si es que tal vocablo existe. Para hacerles frente y corregirles existe la gestión turística, que abarca desde la recopilación de información y datos al diseño del manejo de flujos que permitan paliar las incomodidades que pueden afectar a la población local. Esta gestión ha de ser mucho más activa que la imposición de tasas o de cupos, que se han demostrado ineficaces. Los antiguos entes de promoción han de ser cada vez más instrumentos de gestión, en beneficio tanto del visitante como de la población local.
Pero no es sólo gestión turística. La actividad turística es una actividad transversal, que resulta directamente afectada por la carencia de políticas eficaces en otros sectores de actividad. Las efectos negativos en la población local derivados de la falta o insuficiencia de la política de vivienda o de la relativa a infraestructuras no sería justo atribuirlos al turismo sino que son responsabilidad directa de las Administraciones públicas que han de diseñar y aplicar tales políticas. El caso de Málaga es ilustrativo: la insuficiencia de viviendas no es sólo debido a las viviendas turísticas, que han de ser reguladas de forma equitativa en relación con otras formas de alojamiento y siguiendo criterios prioritarios de ordenación urbana, sino también a la gran capacidad de la ciudad para atraer a nueva población, como los estudiantes de su Universidad, los trabajadores del Parque Tecnológico, y los llamados nómadas digitales.
Conviene dejar aparte a las ideologías, que impulsan la oposición al turismo, y que conducen a patentes contradicciones y que cada parte, empezando por las Administraciones públicas, asuman su responsabilidad para no perjudicar a una actividad económica que supone el 13% del PIB y el 13% del empleo.
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