El último turista
20 agosto, 2024 (07:11:40)Las narraciones de origen bíblico se han considerado generalmente como instructivas y por ello se trae hoy una de ellas aquí. Sin embargo hay que advertir, para estimarla en su justo valor, que la que se comenta no es canónica sino apócrifa, o sea que no ha merecido el reconocimiento oficial. La historia es muy sencilla. Convocado el Juicio Final, le tocó pasar el examen a un viajero impenitente, cuya mayor actividad había sido la de ejercer de turista. Aquí las fuentes difieren: unas apuntan que había sido un profesional del turismo sin llegar a precisar la actividad concreta que le entretenía; otras que más bien había sido un diletante que había hecho del viaje su ocupación vital.
En todo caso a la hora de rendir cuentas, y para asombro del Tribunal, no fue posible determinar cual sería su suerte futura y su destino definitivo, ya que, al parecer, y según el punto de vista, no había hecho nada malo pero tampoco nada bueno. Ante tamaño dilema, los juzgadores, después de una larga deliberación, decidieron examinar más que la conducta individual del viajero la propia actividad a la que se había dedicado. Para ello le otorgaron una prórroga, a modo de segunda oportunidad, para demostrar si su actividad de viajero era positiva o negativa desde el punto de vista moral.
Y así nuestro personaje, el viajero impenitente, se convirtió en el último turista. Su vagar, así prolongado, debería demostrar como el viaje afectaba a la naturaleza (a partir de entonces denominada medio ambiente) y al resto de los seres humanos.
La primera constatación fue descubrir que el viaje como actividad de la economía humana había dejado de existir. Sin vehículos para el transporte (automóviles, barcos, aviones) había que volver a la movilidad personal. El alojamiento y la manutención también habrían de volver a sus orígenes. Algo similar ocurría con el ocio, que había vuelto a sus variantes más elementales. Claramente esto suponía reducir la contaminación ambiental de un plumazo, aunque tenía el inconveniente menor de suprimir la ocupación de multitud de seres vivos que habrían de encontrar otra actividad económica alternativa para sobrevivir. Nuestro viajero, no obstante, descubrió que , por el mero hecho de existir, y por mucho que se esforzara en impedirlo, ya generaba contaminación, lo que era un factor negativo a la hora de su reevaluación.
También percibió que su vagar de un lugar a otro generaba efectos que podían considerarse positivos o negativos. Por un lado, consideraba, como muchos de los visitados, que aportaba novedades a cada grupo procedentes de otras comunidades y que ampliaba las experiencias limitadas que imponía el aislamiento, abriéndose, así, a la diversidad y al cambio Sin embargo, algunos otros opinaban que con ello se perdía la originalidad y la autenticidad de cada grupo. Incluso se le llegó a pedir al viajero, a veces con no muy buenos modos, que no volviera por allí. Que el lugar era solamente para los lugareños. Como había sido siempre.
Y llegó la hora de que el Tribunal tomara una decisión definitiva. Y aquí es donde la narración se interrumpe, no por la mala voluntad del narrador, sino porque los viejísimos textos se perdieron y la tradición oral se volvió confusa. Por ello le queda al lector de esta vieja parábola decidir por sí mismo si la actividad de viajar es positiva o negativa para el ser humano. Entendido este juicio, por supuesto, no desde la economía o el bienestar social, sino desde el punto de vista moral que es, como parece, el enfoque que impulsa los movimientos anti turísticos que ahora son moda, aunque la actitud que los anima sea tan vieja como esta parábola veterotestamentaria.
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