Muerte de un turista
2 septiembre, 2024 (07:04:06)Al autor de este artículo, que más bien habría que denominarlo crónica, le ha tocado ser testigo involuntario de la muerte de un turista. Todos hemos leído noticias de viajeros que han perecido en un safari, o escalando un pico montañoso inaccesible, o durante un traicionero terremoto, o por la imprudencia de asomarse a un volcán o visitar una zona de conflicto. Son noticias que se han configurado como trágicas por el escenario o por las circunstancias. Sin embargo la muerte de un bañista, en este caso en una playa del Mediterráneo levantino, tiene todas las características para ser considerado, con indiferencia inhumana, un hecho banal.
Y la calificación banalidad hasta puede parecer justificada. Se trata de un accidente en una playa doméstica, y el cuarto que ha ocurrido en esa misma playa en este mes de agosto. También abona esta consideración de banalidad la, en apariencia, indiferente actitud de muchos de los visitantes de esa playa, que han continuado con sus baños, solamente interrumpidos por los avisos perentorios de los vigilantes para que salieran del agua, o los paseantes por la orilla, que transcurrida la larga hora en la que las asistencias sanitarias han intentado reanimar al rescatado, o no han percibido la existencia de un cuerpo presente, púdicamente cubierto por una tienda blanca de la Guardia Civil, o han continuado su periplo quizás comentando qué suceso habría ocurrido allí. Lo mismo podría decirse de los ocupantes de los apartamentos en primera línea, entre ellos el autor de esta crónica, que han podido seguir con curiosidad que rompe la monotonía y en primera fila todos los incidentes del suceso. La llegada de las ambulancias, y, una vez concluida la asistencia sanitaria sin éxito, la presencia de la pareja, en este caso en sentido literal, de la Guardia Civil para custodiar el cadáver y esperar al juez que ha procedido al levantamiento del cadáver. Finalmente el traslado del fallecido a cargo de los servicios funerarios ayudados por la pareja de la Guardia Civil a lo largo de la playa y, más tarde la recogida de la misericordiosa tienda blanca perteneciente a la Benemérita que cubría el cuerpo. También ha aparecido un equipo de televisión, que ha formulado la manida pregunta de si había sido un ahogamiento o un infarto. El resultado, que requerirá una autopsia, ya no aparecerá en los medios, porque no interesará a nadie. Y, al poco tiempo, la playa ha quedado despejada para nuevas jornadas de baño como si no hubiera pasado nada. Todo aparentemente banal. El mismo hecho de escribir este artículo puede, sin duda, calificarse de banal.
Esta descripción, al menos expresada en los términos anteriores, parece carente de toda empatía al ignorar el sufrimiento de la esposa del fallecido, que al parecer había permanecido en su apartamento y que ha tenido que recibir el ominoso aviso de uno de su vecinos, que la han acompañado a la playa y le han ofrecido una silla y una sombrilla en esos terribles momento en los que ha visto que los esfuerzos de las asistencias técnicas han concluido en fracaso y que su esposo permanecía definitivamente inerte sobre la arena de la playa. También ignora esta narración que muchos de los paseantes o de los testigos desde los apartamentos han musitado, probablemente, una oración implorando misericordia para el fallecido y consuelo para su viuda, familiares y amigos. También la descripción seguramente ignora los sentimientos de los vigilantes de la playa, hartos de advertir, sin los resultados deseados, que la bandera roja implica la prohibición del baño, y que la amarilla, que era la que ondeaba en el momento del suceso, impone precaución. Más aún, también parece ignorar, los sentimientos de las asistencias sanitarias por la falta de éxito de sus esfuerzos denodados, y los de las fuerzas de seguridad y del juez, que por mucho que sus tareas profesionales les hagan vivir momento como estos, no los inmunizan frente al sufrimiento ajeno, tal como se manifiesta en la delicadeza con que se comportan en estas situaciones.
También los involuntarios testigos, o al menos muchos de ellos, han sentido seguramente la angustia de ver como en un momento una vida humana, con todo lo que conlleva de realidad, amor, amistad y esperanza, se desvanece para siempre.
Este suceso me trajo a la memoria la muerte por ahogamiento de un matrimonio portugués que hace dos años, en un anochecer llegó a esta playa y decidió darse un baño a pesar de haberse retirado ya el servicio de vigilancia. Fue el último de su vida, que puso punto final a su viaje. Sus cuerpos permanecieron un tiempo que pareció interminable en la arena de la orilla. Ya nadie se acuerda de ellos, son mera estadística.
Y es que con demasiada frecuencia consideramos al turista como una mera cifra, cuando la realidad es que es un ser humano.
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