Desiderátum para el año nuevo turístico.
Que no llegue la implosión. 5 enero, 2025 (06:29:52)En días propicios para hacer balance de lo que fue el 2024, es frecuente encontrar noticias al respecto, tanto de empresas como de destinos. El resumen es muy fácil de hacer, con crecimientos de los indicadores cuantitativos al uso conducentes a nuevos récords (o cifras históricas). Donde esto no se haya producido se lo deberían hacer mirar, salvo que sea fruto de una estrategia deliberada (algunos destinos han logrado estabilizar, reduciendo ligeramente, el número de visitantes, pero aumentando el gasto turístico). Tras los tortuosos años de pandemia, el optimismo es generalizado, sin muchos matices, pese a las inestabilidades geopolíticas, internas y, sobre todo, externas, que, en una industria global como la del turismo, terminan por tener consecuencias.
El riesgo en algunos casos particularmente afectados por el “overtourism” es el de sufrir una implosión, que es sinónimo de colapso, derrumbe, rotura, estallido hacia adentro o de modo súbito. Nadie lo desea, pero algunos destinos han lanzado en 2024 (y vienen haciéndolo desde antes) señales claras de que algo puede pasar si se desatienden esas señales y nada sustancial cambia. En otros artículos, quien suscribe ha venido defendiendo que ese cambio sustancial debe empezar por la gobernanza del turismo: la gobernanza es la clave de bóveda que da pie a todo lo demás.
Y esto en un contexto en el que cada vez somos más dependientes del turismo, que ve crecer su impacto en el PIB y en el empleo, tanto por su buen comportamiento (del que solo cabe congratularse) como por la atonía de otras actividades económicas (que debería ponernos en guardia). Ser tan turismo-dependientes es un riesgo evidente, que hace cada vez más patente la necesidad de diversificar nuestra economía para que ésta sea más sana. La pandemia, con el parón en seco de los viajes, hizo que nos topáramos de bruces con este problema, siendo España el segundo país de la UE en el que más cayó el PIB: convendría no olvidarlo.
El nuevo lujo estará donde se pueda escapar, en según qué periodos, de la masificación (que ya es ultra-masificación en no pocos destinos, aunque el consumo no siempre evolucione de forma paralela). Y debe considerarse que la tendencia es a empeorar: coyunturalmente estamos viviendo en un carpe diem (malentendido) derivado de la pandemia (algo similar a lo que ocurrió en los llamados locos años 20 del siglo pasado, que acabaron de la peor manera posible), así como bajo los efectos del dopaje del maná de los fondos europeos (veremos cuando se acabe y cuando conozcamos cómo se ha utilizado y sus resultados); y estructuralmente nos encaminamos no ya hacia la sociedad del ocio (un concepto muy maduro), sino de la ociosidad (fruto de la revolución tecnológica y la longevidad), en la que viajar será una de las aspiraciones generalizadas. Ello unido a un apetito por los viajes que se extiende a gigantes como India y otras economías emergentes, cuyas crecientes clases medias también desean recorrer el mundo, y en él el gancho de España es innegable: como le leí a un apreciado colega, de agua bendita también nos podemos ahogar.
En resumen, la evolución tan rápida de la industria turística no ha venido acompañada de un cambio paralelo en la gobernanza del turismo, que es su subsistema regulador. Seguimos, en general, con los mecanismos e inercias heredados del siglo pasado. Los resultados los vemos en los desequilibrios del sistema, en su falta de armonía (con el medio natural, las comunidades locales, etc.). Y como la máquina del crecimiento, salvo nueva hecatombe, no va a detenerse, o la gobernanza, en sentido amplio, se “aggiorna”, o el referido sistema corre el peligro de implosionar. A ese papel regulador clave me referiré en el siguiente artículo, sobre la base de que ni el optimismo ni el pesimismo existen per se, sino el realismo fruto de un análisis racional (aunque siempre sea limitado) de la realidad.
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