Fitur y el sonido de las caracolas
Comienza de nuevo. Como un bucle infinito de oxitocina turística vuelve otra vez Fitur, uno de los mayores escaparates vacacionales a nivel internacional y una de las mejores lanzaderas para que los destinos promocionen su potencial 21 enero, 2025 (10:53:03)La versión oficial define Fitur como la mega feria sectorial, el punto de encuentro de referencia y el mayor centro neurálgico de la industria turística ibérica.
Pero Fitur tiene mucha más sustancia. Fitur es un vórtice de energía hedónica, un desparrame de estímulos al que no hay cerebro humano que se resista, un laberinto de espejos diseñado para mirar y dejarse mirar al que todo el mundo acude para que nadie pueda decir que no estuvo allí.
Folletos que prometen playas más azules que el cielo, paisajes photoshopeados que enamoran y un entusiasmo escénico fuera de control forman parte de un ecosistema en el que más allá de ásperas negociaciones y acuerdos millonarios priman los intercambios de tarjetas y el show off.
Entonces, la gran pregunta es: ¿tiene sentido seguir haciendo algo como Fitur? ¿No sería más eficiente que los operadores se reunieran directamente en LinkedIn y que los destinos se promocionaran con menos ruido y más foco?
Quizá, pero ¿y el espectáculo? ¿Y esa montaña rusa delirante que va desde las luces de neón hasta las piernas agotadas tras kilómetros de moqueta institucional? ¿Y esa sensación de no saber si lo próximo que se va a cruzar en tu camino es un elegante ejecutivo con maletín y doble nudo Windsor o un hombre disfrazado de papagayo con flotador?
No existe medida humana para definir lo que uno siente cuando corretea por esos pasillos, la adrenalina que genera la incertidumbre de lo inesperado. Pero lo cierto es que adentrarse en este país de las maravillas, rodeado de flashes cegadores, anuncios de altavoz y algodonosas comitivas, termina haciendo emerger en cualquiera la inconfesable sensación de que por fin ha encontrado el camino a Fantasía.
La peregrinación a Fitur encuentra su culmen en los estands, esos poliédricos y efímeros templos donde, según el ángulo adoptado, se pasa del deleite de los discursos reciclados a las degustaciones con olor a barbacoa y, de los desfiles y bailes tradicionales, a las exhibiciones tecnológicas o a las reuniones profesionales donde se firman grandes acuerdos que siempre acaban en postureo y selfis.
Todo ello es Fitur: un reflejo de nuestra forma de entender el mundo, un enjambre ornitológico y compulsivo que a lo largo de cinco largos días interpreta un guión basado en la premisa de que el turismo es esa actividad suprema y redentora que no presenta ni contradicciones ni efectos secundarios.
En definitiva, Fitur es una criatura misteriosa que, cual flautista de Hamelin, consigue cada año atraer a toda la caterva turística con su melodía evocadora; una armonía que recuerda al sonido de las caracolas porque cada cual la imagina a su gusto y porque termina convirtiéndose en un canto de sirena coreado a voluntad propia.
Y quizá, solo quizá, por eso Fitur siga existiendo. Porque, al fin y al cabo, todos queremos liberarnos de las ataduras de nuestros propios mástiles, disfrutar de hechizos musicales y volvernos protagonistas de un viaje que, como en las mejores historias, siempre acaba con fuegos artificiales y final feliz.
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