Turistificación de las ciudades
24 marzo, 2025 (01:27:48)Que el turismo de masas condiciona la vida cotidiana en las ciudades, particularmente en sus centros históricos, que es donde se suelen concentrar los recursos con mayor capacidad de atracción turística, es una obviedad. Como también lo es que termina por afectar a su configuración urbana, transformándola. Esa transformación es objeto de controversia, con aspectos positivos y negativos, con quienes ven más luces que sobras o al contrario. El turismo puede dar nueva vida a espacios previamente degradados, pero también puede erosionar en exceso la identidad local y acabar ocasionando el desplazamiento de sus residentes originales o incluso la progresiva pérdida de población, constatable en muchos centros históricos: la llamada gentrificación, en una palabra.
El desafío está servido: la convivencia en un mismo espacio de turistas y locales, no entendidos como fuerzas antagónicas que deben equilibrarse, sino como pilares complementarios de una coexistencia que ha de ser lo más armónica posible para generar sinergias positivas. Es aquí donde se produce un error de base: no se trata de gestionar el turismo (en un centro histórico en este caso), sino de gestionar una comunidad con residentes permanentes (la comunidad receptora) y temporales (los turistas y excursionistas), cuyas necesidades y ritmos de vida no suelen coincidir, al menos en parte. Es, pues, un problema de concepto y, como consecuencia, de gobernanza. Una gobernanza en la que quienes residen en esos centros históricos no pueden estar ausentes. Bien al contrario, deberían tener un papel muy activo en los procesos de toma de decisiones.
La falta de apoyo de la población residente al turismo (o más bien a modelos de crecimiento turístico que, sin una gestión que ponga los límites necesarios para preservar esa convivencia armoniosa antes referida, superan el nivel de tolerancia de la comunidad local) es como un búmeran que se vuelve en contra y genera efectos adversos como la turismofobia (entendida desde el matiz antedicho) o la despoblación de los centros históricos. Por tanto, comprender qué favorece o debilita la participación de las comunidades anfitrionas es un punto clave para poner en marcha mecanismos de gobernanza inclusivos y eficaces.
El problema del sobreturismo en los centros históricos se ve acrecentado por varios factores. Uno de ellos es la sobredependencia del turismo, cuando la economía local está poco diversificada y, además, los flujos turísticos se concentran (por falta de alternativas y/o de gestión) en espacios relativamente reducidos. Otro es repensar y rediseñar la ciudad solo con base en lo que sus gobernantes consideran que el turista busca (o, peor aún, sin rediseñarla): creen que, con más turismo (sin entrar en detalles) y la consiguiente actividad económica que puede generar, obtendrán más votos a corto plazo. La contrapartida es que ambos factores (y posiblemente otros) pueden inducir la pérdida de autenticidad del “corazón” de la ciudad, lo que es perjudicial a largo plazo, y que otras partes de ese “corazón”, más allá de sus visitantes, pueden divergir, creando fricciones.
Donde antes había espacios para el encuentro y la socialización ciudadana, comercios y mercados tradicionales…, ahora encontramos establecimientos franquiciados de esos que están en cualquier parte, espacios musealizados para el turismo y convertidos en palcos casi permanentes de eventos de todo tipo en sus islas peatonales, cada vez más amplias a la vez que, paradójicamente, invivibles (contaminación acústica insoportable, dramática carencia de vegetación, privatización extrema del espacio público, mayores dificultades para la accesibilidad y movilidad, etc.). La relación entre las partes interesadas dejó de ser armónica y se inclinó en exceso en favor de unos en perjuicio de otros. Volvemos a la necesidad de revisar los mecanismos de gobernanza.
Cuando se aborda desde una perspectiva meramente economicista, se está obviando la naturaleza compleja del problema de los centros históricos, que el turismo puede contribuir, a la vez, a revitalizar y a desnaturalizar. Conviene recordar que pensar sistémicamente es esencial para abordar correctamente problemas complejos, pues ese tipo de pensamiento es el que permite tener una visión global e integrar sus diversas perspectivas y dimensiones, dentro de su contexto singular. Tanto más si tomamos consciencia de que la máquina del crecimiento turístico, dejada a las dinámicas que le son propias, no va a parar y puede llegar a ser destructiva en un contexto en el que a la educación para el turismo de la ciudadanía no se le ha prestado la debida atención.
En síntesis, se dejan aquí dos de las claves de este complejo asunto, sobre las que no se incide lo suficiente: por un lado, el sistema de gobernanza del territorio, que incluye el turismo, pero sin limitarse a él (la palabra sistema no es casual, sino que señala la importancia de una aproximación holística y contextual, tanto en lo que se refiere a los grupos de interés que participan en la toma de decisiones como a la aproximación que se aplica a este fenómeno, que no puede circunscribirse a su dimensión económica ni aislarse de su entorno específico); y por otro, la educación para el turismo, en la medida en que todos ejercemos como turistas o excursionistas en algunos momentos de nuestras vidas: la actividad turística no confiere a nadie una patente de corso para hacer lo que venga en gana.

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