La vocación turística en el lago Llanquihue: amable belleza
El volcán Osorno domina el paisaje en Puerto Varas, Frutillar, Puerto Octay y Las Cascadas
Publicada 28/10/19- Una docena de personas alrededor del lago Llanquihue puso su mejor cara para ofrecer una experiencia inolvidable en días convulsionados
- Lago Llanquihue: anfitriones dedicados y sencillos en un lugar dominado por la poderosa presencia del volcán Osorno
- Crónica de una recorrida por el lago Llanquihue, el segundo más grande de Chile, un maridaje entre paisajes increíbles y gente amable
Chile/ Fue una prueba de vocación turística. En un Chile convulsionado -martes 22 de octubre- una docena de personas alrededor del lago Llanquihue puso su mejor cara para ofrecer una experiencia inolvidable en Puerto Varas, Frutillar, Puerto Octay y Las Cascadas. Colegas, guías, funcionarios locales, emprendedores. Anfitriones dedicados y sencillos en un lugar dominado por la poderosa presencia del volcán Osorno.
El Osorno es como el dibujo en un solo trazo que un niño haría de un volcán. Es el volcán de la imaginación colectiva. Su reflejo en el agua del lago Llanquihue lo empareja con el Monte Fuji, otro volcán perfecto.
En un día inusualmente despejado se aprecia sin obstáculos el cono, la cobertura de nieve y sus faldas simétricas. A su derecha, el Calbuco, menos pintoresco. Se hizo famoso por la erupción de abril de 2015 -primera en 43 años- que forzó evacuaciones, provocó daños en la región y distorsionó el tráfico aéreo en todo el Cono Sur.
En el Museo Colonial Alemán de Frutillar nos esperan en la puerta a media mañana para hacernos una recorrida rápida. Habían abierto, pero desde la Universidad Austral que lo gestiona mandaron cerrar, como a todas sus sedes, por la emergencia nacional que se vivía en las calles.
La vida cotidiana y las labores de los colonos en la segunda mitad del siglo XIX son recreadas en las construcciones y jardines.
Frutillar estaba sereno y soleado. Había turistas. En el museo hubieran preferido no dar una sensación de intranquilidad pero la decisión institucional era razonable. Para ese martes 22 Chile entraba en su quinto día de agitación y hasta en Puerto Montt, muy cerca de Frutillar, se había impuesto el toque de queda nocturno.
En la isla de Quinchao
La noche anterior habíamos viajado desde Castro a Puerto Varas por carreteras secundarias y caminos rurales con puentes de madera y charcos de barro rellenados con hojas para hacerlos más transitables. La ruta principal estaba cortada por manifestaciones y barricadas.
Había que llegar al transbordador del canal del Chacao con tiempo para cruzar antes de la noche y, ya en el continente, pedir en el retén de carabineros salvoconductos para los cuatro -Macarena, la conductora; Rodrigo, Zacheu y yo-.
-"¿Saqueo?" "¿Te llamas saqueo?" (risas)
-Zacheu. Zacheu Fogaça...
- "¿Saqueo Fogata?" (más risas)
El periodista brasileño traía un nombre poco oportuno y quedó expuesto a las "tallas" en la camioneta que el domingo nos paseó por la isla de Quinchao. Todo el mundo estaba pendiente de los celulares: mostrando videos, compartiendo datos, contando lo que les llegaba de sus familiares en Santiago o Valparaíso.
Por la ventanilla las casas, todas revestidas con tejuelas de madera de formas y colores diferentes. Barcos y botes latentes sobre el lecho de piedras con el agua allá lejos; es la postal en cada pueblo.
Un mirador. La foto. Diez minutos sacudidos por el viento chilote, fuerte y frío. A la camioneta. Desabrigarse. Videos de los disturbios del sábado en los celulares: "mira cómo se quema la wea...".
Café, sandwiches y galletas en la vereda de la oficina de turismo de Achao, frente a la plaza. En la iglesia termina la misa y comienza la procesión. A dos cuadras, en la estación Shell, otra procesión: cola de autos para llenar el tanque y algún bidón. Por las dudas.
Teatro del Lago: de clase mundial
En Frutillar, el martes, los niños uniformados cruzan la calle desde la escuela hasta la playa. El sol acompaña la hora del recreo en la arena negra junto al lago.
El Teatro del Lago es el orgullo de esta pequeña ciudad. Lo sería en cualquier parte. El complejo cultural de calidad internacional, construido sobre las aguas del Llanquihue tiene una sala principal para 1.200 personas, un anfiteatro vidriado con el volcán de fondo y detalles como guardería infantil. La fundación es gestionada de forma profesional, con una envidiable agenda cultural, cursos y clases. "Si traemos a Yoyoma, por ejemplo, es en exclusiva para Chile y tiene que dar una clínica a nuestros estudiantes", cuenta la guía de la institución.
El cementerio. Ese es el mejor lugar en Puerto Octay desde donde ver el panorama del lago y el volcán. El director local de turismo, recién asumido, reparte abrazos enfáticos ataviado con su mejor traje. Está todo organizado. El almuerzo buffet en el ineludible restaurante Espantapájaros fusiona los sabores alemanes y chilotes: asado al palo, verduras orgánicas, cochayuyo (un alga), postres con leche.
En el centro de Puerto Octay el tiempo transcurre lento y pueblerino. Edificios históricos, negocios que ofrecen quesos -probar el de merkén, bueno... cualquier cosa con merkén, ese condimento ahumado y picante-, puestos de artesanías.
A 5 minutos, el hotel Centinela espera que alguien asume su gestión en la próxima licitación. Allí, en los bosques junto al lago, se hospedó el príncipe de Gales.
Alejandra nos acompaña hasta Las Cascadas. Nos lleva a la primera parroquia y escuela que instalaron los colonos alemanes en la cuenca del Llanquihue. Y a lo de Gloria, una vecina que encarna un siglo largo de historia y habita junto a sus cinco perras una casa de campo de puertas abiertas decorada con excelente gusto.
El Osorno está cada vez más cerca. Tiene esa belleza peligrosa de los volcanes. Alejandra relata que el plan de emergencia de Las Cascadas frente a una erupción está sumamente elaborado y ha sido referencia internacional. "Tenemos 20 minutos para salir". Muestra los puntos de reunión para evacuación aérea y terrestre.
"Si miran a la izquierda, esa es mi casa y mi taller", dice a la pasada. "Trekking al alma" se lee en el cartel frente a la casa de madera y el domo con mandalas; me recuerda a Fillmore, la Combi hippie de Cars. Magia y alquimia. Esa es su invitación.
De regreso a Puerto Varas la tensa realidad vuelve a aparecer tras una jornada ajena: hay una marcha pacífica por el centro y los hoteles cinco estrellas tienen los vidrios tapiados desde hace días, como si esperaran un huracán de violencia que allí nunca llegó
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